miércoles, 11 de febrero de 2009

Proyectar en función del desarrollo y no del desastre

Hacia una Cultura de la Prevención


Muchas veces los enunciados o los enfoques negativos nos conducen a una visión del mundo que parcializa nuestras apreciaciones. Es lo que habitualmente sucede cuando se trata de los desastres que no son consecuencia directa del acaecimiento de fenómenos propios de la dinámica terrestre o de la acción sostenida de acciones humanas de repercusiones negativas sobre el medio ambiente, la economía y la salud de la población. La experiencia demuestra que los desastres en su totalidad se producen porque alguna decisión humana que los posibilita ha antecedido a su ocurrencia; decisión que ha incluido en su información directiva, la factibilidad de que el fenómeno detonante o desencadenante pudiera ocurrir, aunque la historia de la localidad o las acciones humanas que habitualmente se realizan en dicho ámbito, permitieran intuir o deducir que sobre cierto grado de intensidad del peligro o amenaza, dadas las condiciones de vulnerabilidad existentes, se podría llegar a una situación de desastre.

Pero así como nadie planifica su vida para la muerte o porque se va a morir, sino en función de su crecimiento y realización personal y social, la planificación en prevención y atención de desastres debe asumir esta actitud positiva y proponerse como una de las vías por atender prioritariamente si se quiere alcanzar niveles de desarrollo sostenible. Las obras de prevención deben ser enfocadas como inversión para el desarrollo, y más que derivarlas de un frío análisis de probabilidades de ocurrencia de un fenómeno determinado para el cual “debemos estar preparados”, deben hacerse como medios para alcanzar mejores niveles de vida en la población. En cierto modo, si seguimos el ángulo motivacional, de lo que se trata es de privilegiar y subrayar los beneficios por obtener más que los peligros que se pueden evitar.

La primera condición es que se considere la prevención y atención de desastres como una política de estado; de tal manera que los proyectos y acciones programados en el área cuenten con el apoyo necesario para su realización.

La segunda condición para lograr este enfoque es preparar a los niveles directivos en el análisis integral de problemas, ya que este instrumento permite adoptar decisiones desde una visión totalizadora de la realidad. Por ejemplo, habitualmente se concentra el análisis en la identificación de escenarios de riesgo, sin relacionar estos escenarios con su potencial para el desarrollo. Lo propio es integrar los dos criterios y priorizar las acciones sobre espacios propicios para el desarrollo sostenible, en los que se identifiquen riesgos potenciales que deban atenderse para potenciar sus posibilidades de crecimiento. Como es claro este proceso de diagnóstico debe recurrir al auxilio de varias fuentes provenientes de los estudios realizados por diversos sectores.

En nuestro país es factible que los Comités de Defensa Civil realicen este tipo de enfoques, ya que son directorios en los que se encuentran representados los diversos sectores e instituciones públicas y no públicas, así como la comunidad organizada, lo que permite confrontar, no sólo conocimientos especializados sino enfoques derivados de los intereses de los diferentes grupos sociales. Lo que es más, las decisiones que se tomen obedecerán al consenso o la mayoría de estos miembros, lo que permite disminuir las interferencias durante la etapa de ejecución de los proyectos.

La tercera condición es asumir una estrategia de microplanificación totalizadora. Una de esas vías puede ser la adopción del neourbanismo humanista que considera el desarrollo de ciudades sostenibles (ecológicas, saludables) como fundamentales para el desarrollo económico y social. Es indiscutible que tanto la degradación ambiental como la imprevisión frente a las posibles situaciones de desastre limita el crecimiento de las ciudades y repercute negativamente sobre sus proyectos de desarrollo; pero hoy bien sabemos que ambas situaciones no son inevitables.

Como viene proponiendo en reiterados foros nacionales e internacionales y en sus libros y artículos el Ing. Julio Kuroiwa, contar con ciudades seguras, ordenadas, saludables, atractivas cultural y físicamente, eficientes en su funcionamiento y desarrollo sin afectar negativamente al medio ambiente, gobernables y competitivas es esencial para el crecimiento económico y el bienestar nacional.

El desarrollo de las ciudades requiere consolidar, en primer término, sus condiciones de seguridad integral. Las medidas de Prevención y Atención de Desastres, el Control del Deterioro Ambiental y la Seguridad Ciudadana son condiciones básicas para el desarrollo socioeconómico que pueden ser asumidas por municipios como la Agenda del Siglo XXI.

Desarrollar un enfoque proactivo, antes que reactivo, frente a los desastres, el deterioro del medio ambiente y la seguridad ciudadana, es anticiparse a cualquier circunstancia negativa que obstaculice el crecimiento. Es en este nivel donde la seguridad pasa a ser una inversión.

La cuarta condición debe atender que toda inversión:
· Requiere garantías de rentabilidad y durabilidad (factibilidad y sostenibilidad).
· Debe fundamentarse en información válida y confiable.
· Debe obedecer a la demanda de información real, y ésta debe estar caracterizada, considerando diversas contingencias, como:
Pérdidas afectivas (Muerte o desaparición de algún ser querido).
Pérdidas materiales.
Pérdidas del patrimonio.
Pérdida de fuentes de trabajo
Pérdida empresarial de capacidad de inversión (empleo y mano de obra)

La quinta condición deriva de una justa apreciación de lo que un fenómeno capaz de generar una situación de desastre ha significado en el proceso histórico de las comunidades en juego. La nomenclatura de los lugares provienen muchas veces de estos sucesos; como es palpable en la localidad del Pedregal en Chosica donde el nombre, derivado de las grandes piedras “propias” del lugar, nos dice que éste se encuentra en el cauce de grandes deslizamientos que pueden volver a ocurrir en cualquier momento y para los que la comunidad debe estar alertada y contar con el sistema de alarma necesario. También implica esto un sabio uso de los suelos que prohiba el empleo de estos corredores peligrosos para la construcción de la vivienda humana y de facilidad4es vitales para la colectividad como hospitales, colegios. Ya el diseño previsor de la ciudad implica un avance significativo para el desarrollo de la misma y dice de la actitud preactiva de gobernantes y pobladores gobernados.

La gente que visita un lugar debe sentirse acogida y protegida. Lo primero lo consigue la amabilidad y buen trato de la población a sus visitantes; lo segundo, implica pensar en planes de refuerzo material y normas legales de control para que todo lo que se haga esté hecho de tal manera que las personas no corran peligro alguno: locales amplios, con vías de evacuación señalizadas, con indicaciones claras de cómo actuar en caso de una emergencia derivada del acaecimiento sorpresivo de un fenómeno intenso o extremo. Es verdad que no se puede mantener un estado de vigilia exagerado; pero también es cierto que la indiferencia o la ignorancia son extremos que pueden provocar mayores daños.

Una comunidad que cultiva los valores de una cultura de prevención planifica para el desarrollo y no para evitar el desastre, coloca las acciones de los planes en el campo positivo del crecimiento seguro que permite afirmarse verdaderamente como una colectividad próspera, sana y optimista.

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