domingo, 8 de febrero de 2009

Palabras del viejo demiurgo IV

Fácticas

XXXII

En el principio, fuimos el gesto y un gutural sonido que a la acción acompañaba. No era necesario más para entenderme. Todo se señalaba y se imitaba.
En el principio, fuimos el murmullo, el arrullo, la canción tarareada, el esfuerzo del trabajo creador afirmándose como símbolo de sí mismo.
En aquel tiempo, todo era animación, respiración, latido, movimiento, acompasado ritmo de los actos vitales. Eran los labios y la lengua danzando en la caverna bucal al son de las alegrías y las penas, elevando amenazadores gritos con el propósito de atemorizar a la fauna salvaje, a los enemigos y a los malos espíritus. Así fue la voz dándonos forma. Y fuimos en principio conjuros para anular las sombras o ascender a la luz, hasta el memorable instante en que nos hicimos carne y habitamos dentro de vosotros y por nosotras todo el universo fue nombrado. Alados sones, íbamos de boca en boca encarnando deseos, sentimientos, acciones, reflexiones, propiciando acuerdos que podrían haber llevado la poesía de los hombres hasta la morada misma de los dioses... Pero llegó Babel... Y otro día nos encontramos cruelmente atadas a extraños signos que sobre adobes, piedras y papiros nos representaban. Desde entonces el hombre no habló al hombre mirándolo a los ojos sino entregándose al papel, como en este instante me recibes, sin oír nuestra música, sin ver los gestos que el otro hubiera hecho. Fosilizadas llegamos a Tí descarnadas y silentes.
Así fijadas, fuimos fácilmente prisioneras de las Gramáticas y los Diccionarios, de las Leyes y Normas de corrección y precisión impuestas sobre nuestra libertad inicial, que el habla apenas puede transgredir so pena de incomunicación o barbarismo...
Sin embargo, hay momentos en que alguien recobra el gesto que ocultamos, y nuevamente conjura a la realidad reclamándole que nos devuelva su dimensión mágica, el fascinante poder de dominar las sombras y encender la luz. En esos momentos vuelven los labios y la lengua a danzar en la caverna bucal para dar testimonio del verbo hecho carne que habita dentro de vosotros y, a pesar de Babel, vuelven los hombres a intentar ascender con sus poéticos mensajes hasta la morada de los dioses.

XXXIII

Porque vivir no es suficiente a veces y es necesario morir como una siesta entre dos jornadas de dolor, soy la cicatriz que no recuerda ya la herida fresca.
Sobra muerte a la vida y es fétido el olor que exhalan los recuerdos de amores frustrados, cual hacinados huesos en el cementerio de lo que pudo ser.
A veces una flor tímidamente crece sobre las tumbas sólo para garantizar la futura presencia de su corola marchita, preludio de su total ausencia.
Es un herbario el vivir. Colección de hojas secas.

XXXIV

Me he asomado a la puerta tantas veces... Perfecciono entre tanto mi saludo de bienvenida. Resto todo reproche y dejo en limpio el sentimiento. Caridad, no me olvides. Con fe te espero.
XXXV

Hacer cuidadosamente las tareas, para que no me castiguen.
Hacer cuidadosamente las tareas, para cumplir con mi deber.
Hacer cuidadosamente las tareas, para sacarme un veinte.
Hacer cuidadosamente las tareas, por amor al estudio solamente.
Hacer amorosamente las tareas, por respeto a la vida simplemente.

XXXVI

En la imaginaria convocatoria del pensamiento a las palabras no he sido experto; apenas si un ingenioso aficionado que hilvana más que cose reflexiones, un invasor de páginas en blanco, un violador del silencio, un mero divulgador de intimidades, un exhibicionista de verbo maculado, un salaz masturbador oral que penetra miradas con anticonceptuales oraciones, cual lego que aspirando al sacerdocio nunca tomó los hábitos.

XXXVII

Radiografía, ecografía, litotricia, tomar el pulso, medir la presión. Encefalograma, cardiograma. Análisis de sangre, de esputo, de heces, de orina. Sondas en la Sala de Cuidados Intensivos, luchando por devolver el alma al cuerpo invadido por el colesterol.

XXXVIII

Cita sin dónde ni cuándo/ a la que acudiremos/ puntualmente; y/ no nos hará esperar/ quien nos aguarda,/ aunque quisiéramos./ Que gran tranquilidad/ después de todo, lograremos.

XXXIX

Y en todo caso la muerte allí esperando (me-te-nos).
- Saca (me-te-nos) de este infierno" (Cielo para otros)
- Acomoda (me-te-nos)- le dije. Y sigue viviendo.
Esto es, soñar la paz, vivir la pesadilla de la guerra
y ya no dormir más. Permaneciendo a la intemperie
en campos arrasados, la cabaña incendiada.

Cuando las gallinas... y luego las vacas... y más tarde
los perros... cuando solamente las moscas y las ratas.
cuando las cruces en las casas y los ataúdes en las plazas,
un pan duro, verdoso en la alacena fascinaba encontrarlo,
masticarlo, transformarlo ritualmente en bolo alimenticio.

Y en todo caso, la muerte allí aguardando (me-te-nos).
Y todos finalmente en la fosa común cual bolo excrementicio.


XL

Cuando todo se ha perdido, aun la propia identidad, quedan las huellas dactilares o, mejor aun, la palma de la mano. Siempre hay huellas que rastrear, y aunque perdieras la memoria alguien te reconocerá.

XLI

Enterrado en una isla está el tesoro, del plano extraviado. Nadie sabe, sin embargo, que yo lo tengo. Me dirán, entonces, por qué no voy a desenterrarlo. Tampoco lo diré, porque escondo mis razones en el mismo secreto lugar donde tengo el plano del tesoro.

XLII

Soy un sobreviviente del siglo suicida que sostuvo las dos más horrendas guerras de la historia. El siglo que fabricó la bomba nuclear. Que llevó a los más bajos niveles la miseria. Siglo de Biafra y guerras fratricidas en pequeña escala en un mundo subdividido en mundillos de primera, segunda, tercera y cuarta clases, en países viables y no viables. Y en que se denominó globalización o mundialización a la extensión universal de los tentáculos de la gran araña del libre mercado. Mercado libre donde hay mucho qué comprar y poco dinero en el bolsillo de los muchos, que aún usan dinero y no plásticos, para comprar. Mundo sin pan y sin torta. Lumpen milenario que sobrevive desde el momento en que nace. Estoy en el primer decenio vivido de un nuevo milenio que clama en el desierto post moderno su inoperancia de posteridad. Jamás se hizo tantos esfuerzos por desaparecer del Universo. Contaminamos todas las ciudades y fue una tortura ejercer la percepción de las cosas, pues todo ofendía por ojos, narices y boca, por olfato, gusto y tacto. Roto el equilibrio y transformada la cinestesia en movimientos torpes sin tonicidad. Siglo amante de bellezas anoréxicas, fabricante de anémicos, de neuróticos, de perseguidos por la rabia. Siglo donde se creyó que por incluir terminaciones del femenino en la Lengua se había dignificado a la mujer. Así de ridículos hemos sido y continuamos siendo. Y, a pesar de nuestros esfuerzos, no hemos desaparecido de la faz de la Tierra, hasta el momento. Aunque son más ambiciosos nuestros planes, destruir al planeta. Sansón y los filisteos y las fronteras minadas cruelmente minadas para mutilar a los héroes que aún existen y son muy jóvenes y mueren diezmados por el hambre, la peste y la guerra. Niños del mundo que ya no juegan más a la guerra ni a los soldados de plomo sino que hacen la guerra siendo ellos mismos los soldaditos del juego oficialmente aceptados por la alegría que le ponen al acto y el irresponsable arrojo con el que van a la muerte para salvar la vida de lo que va muriendo. Matamos la vida nueva para conservar la nuestra decrépita y finita. Los viejos gobernantes matan a los jóvenes y se aferran al poder. Mundo de zombies éste en el que vivo sin poderme escapar porque no cuento entre mis posibilidades el suicidio. Porque creo en la vida y en el sol que aparece diariamente y en la luna que agita nuestras ansias de amar. Porque me creo eterno aunque sé que voy a terminar. Hijo del siglo veinte, nací en el treinta y seis y he logrado traspasar el umbral de mis setenta. Un poco fatigado el corazón., sobreviviente de la amenaza del cangrejo. Pero viéndome crecer en nueve nietos aún muy pequeños. Yo, sobreviviente del siglo suicida. Impúdico sensible que hace una carta abierta de sus intimidades.


XLIII

Me perturba que los sueños se vean concretamente en la televisión. Pues, con esto, los sueños que sueños eran, han dejado de ser. Hoy coinciden mis ensueños con los de los demás. Estoy más mísero que antes, pues ya ni mis sueños míos son. Hoy se me imponen sueños. Me los repiten en sincronizada y bien planificada tanda comercial, cada veinte minutos de teleadicción. Ya no puedo tomar una cerveza sin asociarla a nalgas, a bustos prominentes. Me enajenan a diario mi derecho a imaginar cómo son los personajes de la novela que leo. Ahora los veo y la palabra que antes me servía de llave maestra para ingresar al mundo de mis fantasías, se ha convertido en fórmula de transmisión de una cháchara vacía y redicha que labra mi desdicha. Algunos optimistas me encuentran presente aún en el video clip. A ésos les digo que mejores soñaba yo cuando mis sueños eran sólo míos. No sólo era propietario de mis sueños, sino que por ser míos los vivía verdaderamente y los integraba a mis sentimientos y los descubría realizados un día en las mujeres que amaba. Me han mutilado parte de mi vida. Porque eso eran mis sueños, la parte de la vida a mi debida, la que yo me cobraba cada noche en contantes y sonantes ensueños que hoy ya no vienen más. Huérfano de mis sueños me he dejado adoptar por la televisión.
Inerme ante su vacua fascinación sentado me voy muriendo cotidianamente.

XLIV

Puedo detenerme a mirar la tienda ahora vacía. Nada se muestra en sus vidrieras y el polvo ha invadido los espacios con un gris melancólico de ausencias. Sin nada que vender, sin personas que animen sus departamentos abandonados, la tienda parece gritar silenciosa que quisiera volver a su antigua animación. No quiero detenerme más porque la angustia en primera persona me invadirá. Mientras me alejo el milagro se cumple y llevo otra vez la rosa que compraba para ella al pasar por la tienda. Vacía está de cosas, pero las rosas cada vez que me detengo vuelven a florecer entre mis manos.

XLV

Tú me dirás que es una tontería y yo continuaré. ¿Por qué he de hacerte caso? Sé que no soy el mayor ni tampoco el menor, apenas uno entre los millares de intermedios no distinguibles ni diferenciables. Lo que menos comparto es el justo equilibrio, por lo que tampoco llego a ocupar el centro del grupo al que pertenezco. Aunque me ignoren, pasearé sin pena ni gloria por este mundo al que tanto importan los extremos. Yo, el mediocre, amalgama de todos y de nadie.

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