lunes, 18 de agosto de 2008

Gregor Díaz para el recuerdo

Quiero decirte, hermano, que estoy consternado y que no atino a hablarte como debiera hacerlo ahora que estoy seguro no vas a interrumpirme con tu buen humor tus sabrosas anécdotas y esa dimensión humana tuya inolvidable, tan gregordiurna y fraterna.

Y esto que me pasa no es porque trate de escatimar tus méritos de ser uno de los más importantes hombres de teatro del Perú: actor, director, dramaturgo, productor, investigador y maestro a quien debemos páginas de profunda reflexión sobre nuestra identidad nacional, sobre todo a nivel del sentir de la clase media baja y del lumpen, planos sociales en los que las angustias y limitaciones de una sociedad como la nuestra emergen a flor de piel, sin dramatismos, en el límite exacto "donde la risa rompe la barrera del dolor". Acostumbrado como estoy y seguiré estando a escucharte leerme tus obras frescas, aún inéditas, sentados en un café o en una oficina cualquiera que pasaba a ser por los límites que nuestra mutua concentración les imponía, nuestro espacio propio inalienable, íntimo y fecundo, no sé cómo dirigirme a ti en este espacio abierto a la eternidad. Aquí no pueden lidiar mis observaciones y tus propuestas, aunque quisiera terminar este coloquio, como siempre sellamos toda confrontación amical, enardecido y más amigos que nunca.

Bendita amistad ésta, la nuestra, sobre la que nunca triunfará el silencio, porque aunque ustedes amigos que nos acompañan no puedan oírlo, en este momento, este chilico hace tiempo bajado, cruzada ya la línea del tranvía que separaba Surquillo de Miraflores y surcado el río de la vida, nos está diciendo que se siente suavemente instalado en los jardines de la paz que merece, y que intentó sembrar en sus obras para que finalmente florezca y fructifique la tolerancia entre los peruanos, para que no hayan más siete plagas que vivan y mueran sin conocer la ternura, en este país nuestro de cada día que amó con pasión militante y conciliatoria, al punto que no sabía sino derramar amor sobre todos porque, como me decía, de qué sirve odiar a nuestra edad, más nos vale perdonar. Y su conversación se llenó de perdón, aun para los cercadores cuyos abusos denunció, y con los pies en el agua, es decir arraigado a la vida que fluye, se hizo fiel rotario y abogó por los niños y fustigó el desamor, para recordarnos cuánto debemos amarnos y protegerlos.

Se supone que debería hablarte solemne pero no puedo hacerlo porque esta vez no la has hecho tan bien como siempre supiste hacerlo y se te ha ocurrido partir sin más, dejando la casa muy ordenadita, pero la computadora encendida, con un libro de biografías aún por editar, un monólogo que no me llegaste a leer y una obra para tres actores que le ofreciste a Uber Ramírez hace menos de cuatro días cuando te llamó y habló contigo por teléfono, el mismo teléfono en el que en esta tarde sigues contestando que no puedes atendernos, pero que podemos dejarte el mensaje después de escuchar la señal. Porque quiero que sepan todos que tú nos prometiste estar en nuestro ensayo de ayer viernes 7 de diciembre, ahora que Uber Ramírez y José Luis Ruiz van a poner Cuento del hombre que vendía globos, por lo que seguiremos dialogando contigo, lo mismo que seguirá haciendo en el Perú y en el Mundo todo aquél que frecuente tus cuentos, poemas y obras de teatro, mientras siga habiendo en nuestro terrritorio cercados y cercadores y tengamos que empujarnos para poder poner sitio al sitio.

No quisiera que por mi manera de hablarte, los aquí reunidos piensen que he venido a llamarte la atención por tanto sueño que no pudiste concretar, todos somos concientes que ésta es una frustración que compartimos mientras no haya una auténtica política cultural, que es más compleja que la Ley del Artista, a punto de ser promulgada. Antes bien quiero testimoniar para luego del inmenso corazón noble y la sana inteligencia que tenías, que a pesar de estar delicado de salud, como se dice, nos ofreciste acompañarnos en esta nueva aventura teatrera y que te alegraste de saber que tus personajes volverían a vibrar sobre el escenario porque así eres tú Grégor Díaz, de Celendín, cholo del Perú profundo. Por eso, inspíranos en la ardua tarea de publicar tus obras completas, ojalá que no sea difícil rescatar lo que dejaste escrito en la computadora y podamos editar el único libro escrito sobre la vida de la gente que hizo teatro en el Perú y de la que te impusiste la misión cumplida de rescatar del olvido, primero en un cuadro recordatorio que llevabas a todos lados y luego en este obra póstuma, fruto de tenaz investigación.

Permíteme que te haga una pregunta antes de despedirme ¿Quieres que te cuente el cuento del hombre que vendía globos?...No, no te he pedido que calles, sino que me respondas si quieres que te cuente el cuento del hombre que vendía globos a mitad de la esquina...No, no te estoy pidiendo que te quedes ahora silencioso y solemne en el espacio que tú mismo elegiste para sembrar el árbol de tu recuerdo imperecedero, sino que me respondas si quieres que les cuente a todos el cuento del hombre que vendía globos a mitad de la esquina y que nunca se irá porque vendía globos con los colores del arco iris en los que escribía mensajes de esperanza que sacaba, como buen chilico, de los sombreros mágicos que dejó al Perú, como legado de fe en los destinos de la patria.

Sin telón, ni apagón, ni mutis por el foro. Hasta luego, Grégor.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Muchisimas gracias por hacer este recordatorio de mi padre, por su calidas palabras que llegan muy Hondo a mi Corazon. Mil gracias.
Belgicadiaz@msn.com

Unknown dijo...

Muchisimas gracias por hacer este recordatorio de mi padre, por su calidas palabras que llegan muy Hondo a mi Corazon. Mil gracias.
Belgica Aronson

Belgicadiaz@msn.com