lunes, 1 de marzo de 2010

LOS AÑOS DE APRENDIZAJE

Homenaje a mis maestros de teatro 1946-1956

Evoco con vivas imágenes el teatro que comencé a ver en 1946, justamente con los inicios de la Compañía Nacional de Comedia que dirigiera Edmundo Barbero, actor que había llegado integrando la Compañía de la actriz Margarita Xirgu, y se quedó en Lima contratado para poner en marcha lo dispuesto por la Ley de Fomento al Teatro que propiciara en el Ministerio de Educación Don Jorge Basadre. Se crearon entonces: la Escuela Nacional de Arte Escénico(ENAE), la Compañía Nacional de Comedia(CNC) y los Concursos Nacionales de Teatro(CNT). Barbero fue el primer director de la inolvidable ENAE, en la que se inmortalizaría Guillermo Ugarte Chamorro después del golpe militar de Odría en Octubre de 1948.

Un acierto, que no se ha vuelto a repetir en la historia del teatro en el Perú, fue el incluir la participación de los alumnos de la ENAE en las temporadas de la CNC; temporadas en las que se presentaban las obras ganadoras del CNT. No habiendo aun obras de ese origen en la primera temporada de 1946 se eligió El Barquero y el Virrey, de Manuel Nicolás Corpancho, drama en torno a la figura de José Olaya, que interpretó Aquiles Guerrero. En las fotografías de una exposición del TUSM fue muy grato apreciar a un Luis Álvarez muy joven, alumno aún, los bocetos de vestuario y escenografía de Santiago Ontañón y los programas. Ontañón, escenógrafo español comenzaba su labor formadora en la ENAE. Fue así como llegamos a tener tres escenógrafos peruanos: Alberto Terry y Santiago Escomel, que se quedaron en Lima, y el tercero de ellos se fue a México. Ya destacaba la presencia en las tablas de Enrique Victoria. Otra protagonista de nuestra cultura que hizo intensa vida teatral como actor y traductor fue el recordado Pablo de Madalengoitia.

Recuerdo a Juana Sujo haciendo Hedda Gabler, de Ibsen acompañada por el actor chileno Eduardo Naveda, a doña Blanca Rowlands y a la hermosísima joven actriz Elvira Travesí. En 1947 asistí llevado por mi padre que era aficionado al teatro al punto de que en boletería desde comienzo de temporada le hacían reserva especial de los asientos centrales de la segunda fila de galería del Teatro Segura. Me divertí mucho con Amor, gran laberinto, de Sebastián Salazar Bondy, premio del CNT, que fue estrenada por Elvira Travesí y Juan Ureta. Posteriormente conformarían la Compañía Ureta-Travesí. Recuerdo intensamente a Oscar Ross, un actor joven sensible y de gran proyección escénica, en La antorcha Encendida, de Gabriele D´Annunzio. Don Juan Manuel Ugarte Eléspuru hizo las escenografías de la temporada de 1949 que condujo Don Leonardo Arrieta, quien luego sería mi profesor en la ENAE. Ví por primera vez un drama que he vuelto a ver después en muchas versiones: Llama un Inspector, de Priestley, en traducción de Pablo de Madalengoitia.

En la década del cincuenta comencé a participar activamente de la vida teatral porque tuve de maestro de teatro en Secundaria a Luis Álvarez que me invitó a formar parte del inmenso coro de mendigos de El Gran Teatro del Mundo que dirigiera Don Ricardo Roca Rey en el atrio de la Catedral de Lima con la interpretación de Elvira Travesí, Hugo Guerrero, Pablo Fernández, Jorge Montoro, Luis Álvarez. Asistí a las funciones que daba la ENAE en su Teatrín del Pasaje García Calderón, gracias a la iniciativa del doctor Jorge Velit que era mi profesor de castellano en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe. Allí vi: Un Día de Octubre, de Kayser, con las actuaciones de Tula Pesantes, Carlos Velásquez y Hudson Valdivia. Pago Diferido, con José Velásquez y Lucía Irurita; El Hombre de la Flor en la Boca, de Luigi Pirandello, con José Velásquez y Carlos Gassols. Y un trío de históricos actores interpretando para el recuerdo de toda una vida El de la Valija, de Sebastián Salazar Bondy: José y Carlos Velásquez y Carlos Gassols. Hasta hace algunos años guardaba los cuadernos con las tareas de apreciación que nos mandaba hacer el profesor Velit, a quien volví a ver como catedrático de la UNM de San Marcos y en la ENAE, por supuesto. Me fascinó el tema de Llegaron a una Ciudad, de Priestley presentada en la temporada de verano en la Concha Acústica del Campo de Marte, dirigida por Luis Álvarez.

No fue raro que, egresado de secundaria y cachimbo de medicina en San Marcos, me sometiera al examen de ingreso a la ENAE. Este examen era de un ritual, a mi parecer, más riguroso que el que había superado en San Marcos, en la época en que los exámenes de ingreso a la universidad eran escrito y oral. El de la ENAE era exclusivamente oral. Nos hacían recitar el poema "El grillo", interpretar el prólogo de "Los Intereses Creados", de Jacinto Benavente y nos sometían a un amable interrogatorio sobre nuestra experiencia teatral previa. Experiencia de espectador que yo tenía desde hacía ocho años para entonces.

La carrera se hacía en tres años. Las clases eran de Lunes a Viernes de 6 a 9 de la noche, los sábados de 3 a 6 de la tarde y los domingos de 9 a 12 de la mañana. No se descansaba un solo día, y no se tenía prácticamente vacaciones porque a los exámenes de Diciembre seguían los ensayos de la temporada de verano en la Concha Acústica del Campo de Marte, a la que ser llamado era un honor. Mención especial merecen los exámenes igualmente rigurosos, para los cuales los alumnos preparábamos escenas seleccionadas. El pleno de profesores evaluaba estas performances en las que aplicábamos lo aprendido en el año.

Nos formaron como sólidos hombres de teatro. El doctor Rubén Lingán fue nuestro profesor de Historia del Teatro, el doctor Carlos Velit era el responsable de nuestra dicción y en Actuación del Primer Año habían dos talleres obligatorios. En uno enseñaba José Velásquez, muy preocupado del análisis y del buen decir del texto. Ensayábamos diálogos, monólogos, escenas de conjunto, fragmentos memorables del repertorio universal tanto en comedia como en drama. En el otro taller enseñaba Sergio Arrau. Chileno de sólida formación y de desbordante imaginación que estimulaba nuestra capacidad de improvisación siguiendo lineamientos meyerholdianos y de la comedia del arte, pero en el estilo Arrau, pleno de alegría y vitalidad. Confrontábamos así dos maneras de abordar el teatro. la una refinada y medida, centrada en la expresión oral; y la otra jocunda y desbordante, muy preocupada de la expresión corporal. Ésta fue una feliz conjunción. Carlos Gassols era profesor de maquillaje. Todos los demás recursos del teatro los aprendíamos en las prácticas de boletería, recepción, limpieza del escenario y de la sala, armado y pintado de las escenografías. En iluminación colaborábamos con Don Carlos Velásquez que había llegado a la ENAE como luminotécnico y, como decía Don Samuel Montesinos, jefe de servicios: "Un día Don Carlitos se cayó de la torre de iluminación a la escena y de allí nadie lo movió". El dominio de la tecnología teatral era completo en Carlos Velásquez. De él aprendimos todos. Inclusive técnicas dramatúrgicas, que concretó en La chicha está fermentando, que Rafael Del Carpio escribió a partir de una radioteatralización del cuento La Viuda, de Porfirio Meneses. Pero el verdadero autor de la teatralización fue Carlos, que también dirigió la puesta en escena en el grupo Histrión. En los años siguientes gocé de la docencia de Luis Álvarez, siempre muy bien documentado y de Don Leonardo Arrieta, actor formado en tablas de notable trayectoria. Hablar de la ENAE de entonces y no mencionar a Rosita Carnero es mutilar el más amable recuerdo. Ponderada y laboriosa, de impecable mecanografiado que hizo famosas las ediciones del Departamento de Publicaciones de la ENAE. Trabajos que mimeografiaba con pulcritud Don Samuel Montesinos. El archivo de esta valiosa documentación se mantuvo incólume y ordenado mientras Don Samuel laboró en las instituciones que continuaron a la ENAE. Aunque muy jóvenes pertenecen a esta generación los "Kelly", Ricardo y Daniel Elías que se desempeñaron en el área de administración e iluminación.

El equipo de alumnos era también muy estimulante. Había gente de toda edad. Desde los menores de veinte, como yo, hasta los mayores de cuarenta. Esto permitía alternar con variados niveles de experiencia vital. Cómo no recordar los balbuceos intensos de Alfredo Bouroncle, que llegaría a ser un gran actor, la bellísima voz y varonil prestancia de Estenio Vargas, de peligrosa presencia en las clases de dicción porque les quitaba el aliento a nuestras jóvenes compañeras. La fina sensibilidad de Ina Duval, que es el nombre con el que actuaba Ina Barúa, por razones familiares, la sólida presencia escénica de Pericles Cáceres, la propiedad y señorío de Helena Huambos, la parsimonia y seguridad de Percy Mejía, la mesura de Juan Romero Sovero, que luego se dedicó a ser profesor de modelaje, y la fuerza de Rubén Martorell Ellos conformaron una promoción anterior a la mía, que fue la última de la ENAE. Los egresados formaron la Organización Teatral Harpejio, nombre concebido con las iniciales de sus nombres Helena, Alfredo, Rubén, Pericles, Estenio, Juan, Ina y la O de Organización Teatral. Harpejio animó la escasa vida teatral limeña de fines de los cincuenta, de la que participaban la Asociación de Artistas Aficionados (AAA) y el Club de Teatro de Lima, instituciones dirigidas por dos grandes maestros del teatro peruano Ricardo Roca Rey y Reynaldo Damore Black, respectivamente. En 1957, de los noventa que ingresamos, egresamos siete, de los cuales sólo continuamos en el teatro César Urueta, que fue Secretario General del Sindicato de Artistas del Perú, Alicia Paredes, César Príncipe y quien hace públicos estos recuerdos.

Han transcurrido más de cinco décadas desde que, por animosidades menores se canceló la continuidad de la ENAE. Conocida es la historia de cómo tercamente Guillermo Ugarte continuó celebrando la permanencia de su recuerdo hasta su sentida desaparición. La llama que encendió no se ha apagado, continúa hoy alimentada por la Asociación de Egresados, exalumnos y amigos de la ENAE que preside Ina Barúa. Mucho teatro he visto desde esos lejanos días, y algunas veces tengo ocasión de recordarlos. No soy historiador y es bueno que estos recuerdos y reflexiones queden como lo que son una visión parcial y parcializada del teatro en estos cincuenta años. Corrientes nuevas han reverdecido el teatro peruano, y siguiendo el ritmo de la renovación de la vida artística se han agostado para dar paso a otras. Quienes hemos sido testigos de estas rítmicas renovaciones miramos con interés "levantarse el telón" para ver los nuevos rostros o para contemplar a los que fueron jóvenes convertidos hoy en maestros. Este artículo lo he escrito como homenaje a quienes fueron los míos con la serena convicción de que la llama del teatro no se apagará nunca.







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