Función del Sábado 20 de febrero de 2010
Una de las iniciativas que va logrando sus objetivos, a tres años de su iniciación, es el Proyecto El Galpón, de Pueblo Libre. No cabe duda que la afición por el teatro se ha acrecentado en nuestra capital y que ya es posible llevar al público a otros distritos. Así lo entendió también el grupo Los Tuquitos cuando eligió hace algún tiempo la misma zona para su local.
Una presentación en El Galpón, que termina la última semana de este caluroso febrero, es la de Ana Santa Cruz, delicada artista titiritera especializada en el trabajo de manos, con la creación de su unipersonal MANObritas.
Ana, en estos años, ha adquirido una gran experiencia tanto en nuestro país como en otros del mundo, domina pues su técnica y sabe entregarla con precisión al público. Su persona misma proyecta una gran ternura y simpatía, se integra a la ternura básica que despiertan los seres que van apareciendo como por arte de magia de la coordinación de sus manos apoyadas por elementos mínimos de utilería y vestuario, pequeños atuendos que sobredimensionan nuestra percepción y nos hacen sentir como los gigantes viendo a Gulliver.
El espectáculo concatena una serie de breves historias sobre personajes de la ciudad. En un logrado tono humorístico los personajes ganan y pierden cabeza, cuerpo y extremidades al conjuro de la acertada manipulación de Ana. Es un trabajo muy bien logrado en el plano técnico. Pero, el espectáculo no explota plenamente las dimensiones poéticas de las presencias que crea y las deja en un tono realista que, si bien divierte, no alcanza los planos profundos a los que se puede llegar con este tipo de manipulación.
Le corresponde a Ana, sensible e inteligente como es, encontrar los niveles poéticos que extrañamos en su dramaturgia. Todo podría partir, sugerimos, de un estudio minucioso de aquello que pueden hacer sus personajes y que no podrían hacerlo títeres de guante, de hilo o de vara. Porque la participación del propio cuerpo en la creación de estas vidas posibilita una concreción más metafórica que retórica. No porque lo retórico no pueda ser poético, entendámonos, sino porque la metáfora es una manera más intensa de aludir a la realidad. Trascender a lo poético es transformar la realidad, metaforizarla es encontrar los aspectos donde las formas del mundo revelan al ser que ellas simbolizan y nos hacen acceder a conceptos universales que nos iluminan.
Por ejemplo, cuando comienza el espectáculo Ana lleva un sombrerito cuya visera anula la presencia de su rostro, que es altamente expresivo. Esto permite poner en primer plano el nacimiento de los pequeños personajes. Pero cuando su rostro se descubre y se integra al espectáculo, e inclusive llega a alternar con las picardías de los pequeños, no se explota lo que en esos momentos podría alcanzarse en el plano existencial y la historia se mantiene en un nivel anecdótico.
Ana Santa Cruz que nos seduce con sus precisiones de oficio, que revelan su sensibilidad artística indiscutible, no necesita más que ponerse a sondear en sí misma y escuchar lo que puede dictarle su creatividad, para llegar a lo que hoy es presentimiento. Entonces, apoyadas en su dominio técnico, surgirán las imágenes que nos revelarán los ecos sutiles de belleza y armonía que estamos seguros puede brindar el despliegue de su arte.
El Consueta
Una de las iniciativas que va logrando sus objetivos, a tres años de su iniciación, es el Proyecto El Galpón, de Pueblo Libre. No cabe duda que la afición por el teatro se ha acrecentado en nuestra capital y que ya es posible llevar al público a otros distritos. Así lo entendió también el grupo Los Tuquitos cuando eligió hace algún tiempo la misma zona para su local.
Una presentación en El Galpón, que termina la última semana de este caluroso febrero, es la de Ana Santa Cruz, delicada artista titiritera especializada en el trabajo de manos, con la creación de su unipersonal MANObritas.
Ana, en estos años, ha adquirido una gran experiencia tanto en nuestro país como en otros del mundo, domina pues su técnica y sabe entregarla con precisión al público. Su persona misma proyecta una gran ternura y simpatía, se integra a la ternura básica que despiertan los seres que van apareciendo como por arte de magia de la coordinación de sus manos apoyadas por elementos mínimos de utilería y vestuario, pequeños atuendos que sobredimensionan nuestra percepción y nos hacen sentir como los gigantes viendo a Gulliver.
El espectáculo concatena una serie de breves historias sobre personajes de la ciudad. En un logrado tono humorístico los personajes ganan y pierden cabeza, cuerpo y extremidades al conjuro de la acertada manipulación de Ana. Es un trabajo muy bien logrado en el plano técnico. Pero, el espectáculo no explota plenamente las dimensiones poéticas de las presencias que crea y las deja en un tono realista que, si bien divierte, no alcanza los planos profundos a los que se puede llegar con este tipo de manipulación.
Le corresponde a Ana, sensible e inteligente como es, encontrar los niveles poéticos que extrañamos en su dramaturgia. Todo podría partir, sugerimos, de un estudio minucioso de aquello que pueden hacer sus personajes y que no podrían hacerlo títeres de guante, de hilo o de vara. Porque la participación del propio cuerpo en la creación de estas vidas posibilita una concreción más metafórica que retórica. No porque lo retórico no pueda ser poético, entendámonos, sino porque la metáfora es una manera más intensa de aludir a la realidad. Trascender a lo poético es transformar la realidad, metaforizarla es encontrar los aspectos donde las formas del mundo revelan al ser que ellas simbolizan y nos hacen acceder a conceptos universales que nos iluminan.
Por ejemplo, cuando comienza el espectáculo Ana lleva un sombrerito cuya visera anula la presencia de su rostro, que es altamente expresivo. Esto permite poner en primer plano el nacimiento de los pequeños personajes. Pero cuando su rostro se descubre y se integra al espectáculo, e inclusive llega a alternar con las picardías de los pequeños, no se explota lo que en esos momentos podría alcanzarse en el plano existencial y la historia se mantiene en un nivel anecdótico.
Ana Santa Cruz que nos seduce con sus precisiones de oficio, que revelan su sensibilidad artística indiscutible, no necesita más que ponerse a sondear en sí misma y escuchar lo que puede dictarle su creatividad, para llegar a lo que hoy es presentimiento. Entonces, apoyadas en su dominio técnico, surgirán las imágenes que nos revelarán los ecos sutiles de belleza y armonía que estamos seguros puede brindar el despliegue de su arte.
El Consueta
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