sábado, 27 de febrero de 2010

CARLOS VELASQUEZ QUEVEDO, HOMBRE DE TEATRO

Nota del recuerdo, leída en el homenaje postumo tributado a Carlos Velásquez Quevedo, el Día Mundial del Teatro, en el local del grupo Histrión, teatro de arte.

Una tarde, hace 3 680 000 años, en Olduvai-Tanzania, una pareja de australopitecos, antecesores de los seres humanos, se supone que llevando la mujer un niño en brazos, dejaron sus huellas. Hoy con emoción los antropólogos han descubierto estas primeras huellas de nuestros antepasados homínidos. Porque somos una especie que apenas si puede dejar huellas delebles por el viento o el tiempo, porque cuando mueren los viejos, los viejos somos nosotros; porque los jóvenes deben saber qué mundo reciben para que puedan a la hora de su muerte dejar un mundo mejor, nos es necesaria la cadena del recuerdo. Porque somos inquilinos precarios de una nave cuyo destino final es la nada, nos es necesario llenar los espacios de existencia con nuestros evocaciones y testimonios para que la cadena de la vida no se interrumpa. La historia es la memoria y todo ser humano por el hecho de serlo es memorable. Pero, cuando sucede que un ser humano hace algo valioso para aligerar y profundizar los breves segundos de existencia de sus semejantes, como lo hizo Carlos Velásquez con su arte, debemos recordarlos en especial.

Mi primer contacto con el arte de Carlos fue su interpretación del carnicero Leger, al lado de Tula Pesantes y el por entonces muy duro actor Hudson Valdivia, en Un Día de Octubre, de George Kaiser, en el Teatrín que la ENAE había habilitado en una cochera del pasaje García Calderón. Posteriormente lo volví a apreciar, y esta vez a reir, con su interpretación del ingenuo guarda en El de la valija, de Sebastián Salazar Bondy al lado de otro de los grandes de nuestra escena aquí presente, Carlos Gassols, de pastosa voz, en el papel del hombre, y a mi maestro José Velásquez, de no menos armoniosa voz, haciendo del viejo. Un drama y una comedia. En el drama aprecio en la distancia el manejo intenso de una gestualidad total en la que el sombrero jugaba entre las manos del taimado personaje con ritmos precisos, la mirada torva cargada de lascivia y el arrastrado matiz más ronco que sibilino concientemente desagradable. Por eso fue para mí una sorpresa reír luego con la ligera simpleza que imprimía al guarda envuelto en los retóricos sueños del hombre, jugados con dicción impecable y pausas maestras por Carlos Gassols. Luego, no sé si porque el profesor Carlos Velit ( y ya van tres Carlos) no nos volvió a dar pases para asistir a las funciones de la ENAE o porque Don Luis Álvarez nos llevó a las tres A a trabajar en el Gran Teatro del Mundo, o que se yo qué de los años juveniles, no volví a saber más de él. Pero el destino quería que al ingresar como alumno a la Escuela Nacional de Arte Escénico, en 1955, lo viera realizando otras labores como técnico de luces. Carlos Gassols y José Velásquez fueron entonces mis profesores de Maquillaje y de Actuación respectivamente, Carlos lo sería ya en el trajinar de Histrión, años después, exactamente a partir de 1959 en que ingresé al grupo donde permanecería hasta fines de la década del sesenta. En esa década para mí, Carlos fue la encarnación del hombre de teatro que en obra homónima describía Jean Louis Barrault: "Aquél que por amor a unos metros cuadrados de escenario acepta servir a todas las profesiones... Por otra parte fue así como nos enseñaron a amar al teatro nuestros maestros de la ENAE, escuela donde desempeñábamos labores de boletero, acomodador, barredores de la escena, tramoyistas, pintores de brocha gorda, carpinteros, vestuaristas, utileros, asistentes, lumínicos y actores, por cierto. Pero, humildes actores para quienes era una honra ser admitidos en la compañía de los grandes dramaturgos porque "Lo primero- como escribía el maestro Charles Dullin-era procurarse una formación artística sólida. No creerse genial antes de tener talento... Vivir lejos de camaradas agriados o simplemente advenedizos... Pues bien, fue una suerte sin límites encontrar en Carlos, el hermano mayor ideal para practicar estas sanas costumbres durante el largo periodo del taller teatral, hasta que aprendimos el oficio y también llegamos a ser maestros.

Yo quisiera rescatar esta noche de homenaje, para el recuerdo de los jóvenes que no lo apreciaron o de quienes lo conocieron superficialmente, que Carlos Velásquez fue un hombre de teatro a carta cabal. Como actor poseía una poderosa capacidad compositiva en todos los géneros desde la farsa más descocada e hilarante. ¿Cómo no evocar con sonrisas el personaje del criado que alternaba con el Mascarilla creado por Pepe para Las Preciosas Ridículas, de Moliere; o la aguda ironía de su protagónico Doctor Knock, de Jules Romains. La acertada caricatura de el niño Goyito, del cuento Un Viaje, de Felipe Pardo y Aliaga?. Qué zorro más astuto que su Volpone, de Ben Jonson, o su no menos astuto y cínico Obedot de El Fabricante de Deudas. Con que sabia economía de energía interpretaba el rastrero y cobarde alfarero de Monserrat, de Emanuel Robles, o encarnaba a uno de los tres presidiarios de La Cocina de los Ángeles, cantando con sus hermanos Mario y Pepe-autor de la adaptación musical. Y de repente, tal vez porque como decía Don Samuel Montesinos un día se cayó de allí a la escena, lo veíamos trepando escaleras y dirigiendo las luces o enseñándolas a graduarlas desde la cabina. O cosiendo un telón, pintando un objeto de utilería o un bastidor con la sabiduría del que conoce y demuestra con el ejemplo. Que pudo ser dramaturgo lo corrobora algunos libretos que realizó y, sobre todo la dramatización de La Chicha está Fermentando, obra que dirigió a base de unos libretos radiales, de Rafael del Carpio, que nunca más volvió a escribir teatro simplemente porque nunca lo escribió, sino que atento a los consejos de Carlos siguió sus indicaciones para aprovechar los buenos libretos que había realizado para adaptar a la radio La Viuda, cuento de Porfirio Meneses. Pero, ¿acaso porque era el director podemos o dejar de lado su interpretación del Jacinto en esta obra? ¿I las imágenes grotescas que dirigió en La Rana Toro, de Armand Gatti? ¿Y el expresivo trío de locos cantores que conformaba con la señora Haydée Orihuela y Mario en Marat-Sade, de Peter Weiss?

Puede pensarse que la emotividad lleva a emplear adjetivos extremos ante un cadáver y que llevado por la emoción afirmé en su despedida que estábamos asistiendo al sepelio de uno de los más grandes actores de la escena peruana de todos los tiempos. Pues, esta noche -a distancias más serenas- ratifico mi apreciación, porque sin el marco de solemnidad de esos momentos, en la calidez del recuerdo no me queda más que agradecerle las experiencias teatrales que supo brindarnos siempre. Yo sé que aquí hay jóvenes que lo conocieron en su etapa en la televisión y pueden tener una visión superficial de su comicidad. Para ellos hablo y para los que vengan y no lo conocerán más que por los videos o las fotografías. No hay lugar en el mundo donde se vuelva a levantar el telón para apreciar el arte escénico de este último capocómico del teatro peruano. Por eso es un acto de justicia el que esta noche se hace al recordarlo.

Es una pena que la sala José Velásquez del Pasaje García Calderón 170 haya terminado en un cuchitril sin presencia en la cultura teatral, que la Sala Sebastián Salazar Bondy en La Cabaña del antiguo Parque de la Exposición no sea más de la Escuela Nacional de Arte Dramático y que sea casi imposible dar espectáculos por el bullicio que el gran auditorio delantero genera, si no pediríamos que algún espacio recogiese su nombre. Es triste que en aras de una mal entendida renovación del teatro se nombrase a una bailarina Directora del Teatro Universitario de San Marcos y que lo primero que haciese fue mandar al tacho los retratos de grandes actores que Edna Velarde pintó por iniciativa de Guillermo Ugarte Chamorro. Pues ésa era la galería que debía pasar a ocupar Carlos Velásquez.

Por azares del destino la última vez que conversé con Carlos fue en el Homenaje póstumo que se hizo en el Club de Teatro de Miraflores a Gregor Díaz. Esa noche hablé, por invitación momentánea, de la desunión que caracterizaba al movimiento teatral nacional. Alguien intento rebatir mi dura apreciación señalando que sentía que no era así. Pero, no se trata de sensaciones. Sentimos que existimos cuando se habla de nosotros como individuos, pero, eso no es cierto. En el teatro sólo se existe cuando se habla del teatro, cuando se integran movimientos, uniones, relaciones. Y eso no existe en nuestra vida teatral. Esporádicamente hay revistas como CREART, a mediados de los ochenta o el MOTIN en la segunda parte de los ochenta y noventa. Pero, ¿qué hace nuestro Sindicato o que hacemos nosotros por él? ¿Sale la Ley del Artista? ¿ Hemos participado del lavado de máscaras que se vino haciendo como protesta en las puertas de la casona sanmarquina? ¿Nos preocupa en algo la situación de precariedad en que se haya la Escuela Nacional de Arte Dramático? No. Sólo nos basta que nuestro montaje obtenga la debida publicidad y asistencia de público. Pero esto en nada contribuye a la mejor marcha del teatro. En cambio, recordar como en esta noche a los que hollaron el camino y dejaron su huella para los que vendrán, saber que formamos parte de una tradición nos ennoblece y nos obliga a continuar creciendo.

Hoy, Día Mundial del Teatro, en que recordamos las excelencias del arte escénico de Carlos Velásquez recojamos la gran lección de su vida: el ser un actor de grupo. Pudo ser cabeza de compañía, pero eligió la compañía de los demás. Hoy, que Histrión es apenas una señera referencia del mejor teatro hecho en el Perú en los años sesenta y parte de los setenta, cuando comenzó su declinar, reflexionemos unidos sobre la esencia participativa del quehacer escénico, sobre la responsabilidad colectiva de quienes hacen teatro, cine, radio y televisión y elevemos como paradigma ejemplar a actores que, como Carlos Velásquez, hicieron de la creación impecable del personaje una propuesta crítica del comportamiento en nuestra sociedad.

2 comentarios:

Unknown dijo...

SOY PERIODISTA DE UN DIARIO DE CIRCULACION NACIONAL NECESITO UBICARLO LO ANTES POSIBLE PARA QUE ME BRiNDE INFORMACION SOBRE EL GRUPO HISTRION, ESCRIBAME AL CORREO dcaceresnavarro@gmail.com, MUY AGRADECIDO

Carlos Velasquez dijo...

El teatro, partero de artes, sigue siendo génesis de tradiciones orales, pues el teatro sólo se expresa de la comunión que nace entre el espectador y el teatrista en escena. Este concepto me enseñaron, espero bien aprendido, mi gran Familia ... los Histriones.

Los conceptos vertidos por Don Ernesto, dudo que sean rigurosos, dada la relación de afecto fraterno que tiene con mi padre.

Debo pedirle, si puede dedicar, parte de su escaso tiempo, en ilustrarnos sus recuerdos de las obras que espectó y representó, pues es un espectador privilegiado por su conocimiento y por su sentimiento por el teatro.

Nunca debemos olvidar que Don Ernesto, es un actor brillante que tuvo el justo privilegio de representar el rol protagónico de Marat en la obra que aún el recuerdo la sitúa como muestra máxima del arte peruano de la representación.

Recuerdo las repetidas veces en que Don Ernesto y mi tío Pepe, un maravilloso Sade, ejercieron una esgrima total que me mostró que cada función es una historia y un surco profundo en el alma del espectador.

Por favor, Don Ernesto, trate de vencer la esclavitud del tiempo y transportenos a las representaciones que Ud y nosotros gozamos.

Carlos Velásquez Pérez