miércoles, 16 de julio de 2008

Canción del último dinosaurio

Soy el canto olvidado del último dinosaurio. Ruego que no se culpe a nadie de mi muerte. En aquellos tiempos no hubo quien contaminara el agua, ni el aire, ni la tierra, ni quien hiciera del fuego que todo purifica un gigantesco hongo asesino. Debo aclarar que tampoco morí como los de mi especie. Gracias a mi fortaleza pude sobrevivir hasta quedarme solo en la inmensa soledad sembrada de cadáveres. Entonces, deambulé en la semipenumbra de un mundo sin sol, escuchando tan sólo el rítmico reventar de los cuerpos hinchados que se abrían cual flores que invadían con su hediondo perfume el aire de los páramos. Sin posibilidad de saber cuando era de día o de noche y sin el cambio de las estaciones no podría decir cuanto tiempo permanecí así. Tampoco puedo precisar en qué instante comencé a cantar para acompañarme de mis propios sonidos. Creo que fue después de aquella vez del sueño. Sí, estoy seguro, canté porque en el sueño pude vivir los hermosos y larguísimos días anteriores a la gran oscuridad. Recordé entonces que yo había visto el sol, que alguna vez había cubierto a varias hembras, que había corrido bufando por las praderas hasta el borde de los abismos en los que permanecía largo tiempo extasiado contemplando la inmensidad del mar. Soñé lo que había tenido y quise seguirlo teniendo, por eso canté, a pesar de la penumbra, a pesar de la fetidez. Después de cantar no estuve solo nunca más. Cantar era como seguir soñando y me ayudaba a ver lo que ya no veía... Y hubiera seguido cantando hasta mi muerte de no haber sucedido lo del rayo de luz. Sí, un día volvió la luz. Al principio como un tenue baño de claridad que se fue haciendo avasallante y con la luz un calor que llegó a ser insoportable. Pero no me arrojé al abismo por esto sino por lo que la luz me permitió ver. Descubrí un nido lleno de huevos de dinosaurios y renació en mí la esperanza de volver a estar acompañado, ahora que todo volvía a ser como antes. Me dediqué desde entonces a cuidarlos con esmero tratando de darles calor como lo hacían nuestras hembras. Y creo que lo hubiera conseguido de no mediar la presencia de unos seres pequeños, o muy pequeños que se movían diligentes y que por ser tan escurridizos no se les podía atrapar. No para comerlos, pues yo era vegetariano, sino para evitar que molestaran. Fueron ellos los que un día me destrozaron. Había salido a comer unas raíces y dejé abandonados los huevos. Al volver los encontré comiéndoselos. No los pude atrapar. Pero, me entró una pena tan honda que me fui al borde del gran abismo y canté al mar mi último grito de dolor.

Mientras, en la sima del acantilado, las olas fustigaban mi cuerpo ya muerto que comenzaba a hincharse, los pequeños seres que mamaban seguían buscando huevos por todas partes, iniciando su futuro reinado de destrucción de las especies.
Soy el canto olvidado del último dinosaurio.

No hay comentarios: