domingo, 7 de septiembre de 2008

Dos teatralidades

La fiera domada, de William Shakespeare, en el Teatro Británico, y Santiago, creación colectiva del grupo Yuyachkani, en su local de Magdalena permiten reflexionar sobre dos corrientes que pueden coadyuvar a fortalecer la afición por el teatro, a la vez, que devuelven a este arte la función reflexiva y contestaria que contribuye, desde sus cauces a afirmar la identidad cultural y a enfrentar, desde los terrenos del arte la conciencia de actualidad que deben propiciar.

En ambas obras han confluido directores, actores y técnicos de talento. Ambos textos se muestran enjundiosos en lo que a manejo de los procesos escénicos corresponde. A la Fiera Domada asistimos con el espíritu alado que despierta en nosotros, "la antigua simpatía de la risa". No es precisamente un "castigat ridendo mores"; antes mal, bordea peligrosamente conceptos que, a la luz de la lucha por la superación de criterios machistas, resultarían insultantes y retrógrados; si no fuera porque el asunto principal del montaje es recuperar la fuerza comunicativa de la farsa dislocada, el divertimiento propio de la comedia del arte, subrayando que es un montaje "de oficio" en el que los oficiantes, léase actores y director, diseñador del vestuario, se han autorizado excesos que, por ser propuesta de estilo, convierten en una broma y permiten digerir ideas no tan santas sobre las mujeres, y tratamientos verdaderamente inhumanos si no humillantes de la persona humana. He aquí las licencias del teatro y de la teatralidad que ayudan a la concurrencia de un público bastante azorado e indignado por tanta inmoralidad de la "teatralidad" oficial en el escenario internacional cuando no en el parlamento.

En el montaje de Yuyachkani toda esta misma teatralidad se convierte en una muy seria reflexión sobre las funciones del mito en la historia y de la historia en el mito, a partir de la confrontación de las tradiciones arraigadas a la cultura andina, después de la llegada de los españoles. Es bien conocido que la cultura dominada, pero no sojuzgada, siguió manejando sus valores y creencias disfrazándolos con el ropaje de los cultos cristianos. Y así, san Santiago del Cuzco, muy caballero, a la tierra regresa y ... No quieren verlo", como dice el conocido poema de Washington Delgado. No se reconstruye para reeditar el pasado. Illapa-Santiago, ya no es más, el mataindios y antigua matamoros. Es tayta Santiago, el de la herranza, el del agua en los puquiales y que baja al sonido del estruendo en lluvia buena para las cosechas. Pero, en la obra de Yuyachkani, no hay cosechas que regar, sino un pueblo al que le han restado sus vidas con la violencia y trata de conseguir la paz. La gran pregunta de Santiago, que es obra sin respuestas, y muchas interrogantes, es si el Perú de hoy deberá construirse a partir de estos paradigmas mítico-históricos, o dejar ya las iglesias y salir adonde truena y relampaguea para enfrentar la nueva luz y las lluvias ue limpian y fecundan. Nuestros amigos se quedan dentro de la iglesia con el santo. Nos hubiera gustado que salieran. Pero, últimamente parece que no hay salida ni en las utopías teatrales. Yuyachkani, a la puerta de sus treinta años fecundos en el teatro peruano pisa hondo en el pasado para cuestionar al presente y con su voz madura y plena ya no pretende dar respuestas. Tampoco pretende hacer antropología. Ana, Augusto y Amiel, en los mejores registros de su magnífica presencia escénica nos brindan el contrapunto de nuestra angustia nacional. Donde encontrar una llave puede significar abrir una puerta pero no la definitiva ni la más esclarecedora. ¿Cuántas puertas más se nos abrirán al contacto con las llaves perdidas que iremos encontrando?

El público aplaude cálido a los actores de La Fiera Domada y desborda emocionado en interminable liberación de tensiones al ¿concluir o iniciar? Santiago. Ambas muestras merecen nuestro reconocimiento por lo que significan para la apertura del teatro peruano a un público mayor.

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