Las lecturas que suscitan las puestas de Mario Delgado logran en La Nave de la Memoria (LNM) conjugar una inquietud que Cuatrotablas-Mario Delgado ha llevado por cuatro décadas en su alma de artista iconoclasta. Podría admirarse si alguien le dijera que nunca tuvo un grupo sino que él llevaba un grupo de ideas dentro de sí que a través de varias generaciones de actores peregrinos por su mundo poético le han permitido lograr lo que hoy confluye en LNM.
El escenario del Perú no puede llevarse al escenario teatral sino se concibe un espacio de una teatralidad abierta donde toda localización es innecesaria. Así mismo los actores al descomponer su estética personal en imágenes más o menos violentas, se ubican durante su proceso de creación en un espacio proteico donde no hay el vacío brookiano sino la plenitud del teatro pobre de Grotowsky. Pero, vano sería tratar de encontrar las propuestas santas de Grotowsky en estos ecos transformados por un poeta de la escena como es Mario Delgado. A través de años de tener deseos de innovar y de confrontarlos con las soluciones de otros soñadores hoy Mario hace cabalgar a sus actores a partir de propuestas inspiradoras y deja que su energía los guíe casi mágicamente cuando no inconcientemente o lo que es más por efluvios energéticos singulares. El sabe que la utilería dirá más si es intemporal; que los vestuarios dirán más si son insinuados y multiculturales; que las palabras dirán más si se detienen en los límites de su silencio o saltan hacia el grito. Porque las imágenes que Mario exorcisa en sus actores son una versión que amplía la larga obra que comenzó con los movimientos concientes de Tu país está feliz, y Oye. Oye nuevamente. Este Oye reciclado como una especie de Matrix en sucesivas encarnaciones. Mario sabe que en La noche larga y otras obras del repertorio continuo de Cuatrotablas a través de cuatro décadas está su afán por crear para el Perú una forma moderna de expresar su indefinición y sus fantasmas. Lenormand escribió El hombre y sus fantasmas. Mario ha escrito a través de su historia estética, que es la historia del grupo individual Cuatrotablas, El Perú y sus fantasmas. Y lo extraordinario de su aventura artística es que lo logró y sin embargo permanece como incomprendido. No por solipcista sino por solidario, no por egoista sino por altruista. Porque además de sus afanes por concretar este ideal artístico, Mario es un maestro. Latinoamérica lo sabe. Posiblemente el Perú lo acepte parcialmente, como pasa siempre. Pero Mario también sabe que él como peruano tampoco sabe tanto del Perú como a veces de fuera. Porque posiblemente somos así. Y en esta indiferencia que recibe está incluida su poca deferencia para con los demás. Claro que con el tiempo ha aprendido a no salirse a la mitad de los espectáculos de los demás.
He visto La Nave de la Memoria varias veces. Desde una especie de copión que me entregaba una obra densa pesada una suerte de desván de imágenes de diversa carga conceptual, amontonadas más que organizadas, hasta esta última que vimos en el V UCSUR y que por ser parcial y haberse entregado nutrida de humor resultó ligera, onírica, esclarecedora. Esta nave de la memoria fue la nave conquistadora de los sueños artísticos de un hombre que ha entregado su vida a la búsqueda de la imagen esencial que represente al Perú. Como la sandía que reventaba en el suelo Pilar Núñez, como el mendigo vestido con esteras que pedía limosna haciendo sonar las monedas de una lata, de Luis Ramírez; como en la plástica a veces exhibicionista del joven Carlos Cueva; no el actual nutrido de experiencias orientales y embarcado en la aventura de desagregar lo teatral hasta anularlo en sus experiencias en LOT. Porque Mario ha dado a luz otras corrientes, una de las más fecundas fue Raíces, cuyos ecos finalmente se han concretado en Milenio.
Hombre de generaciones. Hace más de veinte años intentó la experiencia En la Montaña un árbol. Y son muchos los árboles que hoy se pueden ver en la Montaña. Mario sabe que esta penúltima versión de LNM es de Flor Castillo, Antonieta Pari, Manuel Luna. Artistas que no siendo él responden a sus empeños porque lo quieren y porque lo sienten. Y entonces ya no se puede hablar de teatralidad, sino de historicidad teatral o de teatralidad histórica, que como arte que es , sólo puede entenderse en la imagen misma y nunca fuera de ella.
Se puede transitar cuarenta años para la intemporalidad cuando se es esencialmente intemporal, no ahistórico, al abordar el arte. Eso y mucho más leo yo en LNM de este individuo-grupo, Mario-Cuatrotablas, a quien vi bisoño recitar el monólogo de Hamlet con proyección de slides de la agitada vida moderna, en un contrapunto sugestivo, en el primer peldaño hacia sus vuelos metafóricos anhelantes de expresar su cercana realidad.
Repasando los montajes de Cuatrotablas en cuatro décadas encontramos la voz perdida y reencontrada de un joven cóndor que amando el riesgo ha tratado a través del tiempo de realizar el extenso montaje de sus afanes, de metaforizar escénicamente al Peru, nido de su nacimiento. Es por eso que esta nave de la memoria vuela, es el barco que lleva al país de Nunca Jamás, pero no para quedarse sin crecer sino para elevarse y obtener mayor horizonte. Los recuerdos de esta nave hablan del Perú sencillamente porque fabulan la vida de un joven que soñó en expresarlo desde que comenzó. Tal vez como el poeta que escribió un solo libro en su vida, Mario Delgado ha montado una sola obra, ha navegado en una sola nave, ha albergado muchas generaciones de creadores identificados con sus propuestas y que luego han fructificado hacia las propias y han logrado en la soledad de la cima de la montaña no sólo plantar un árbol, sino un bosque.
Cuatrotablas ratifica para la historia del teatro peruano el esfuerzo enorme que significa hacer teatro en el Perú. Pero, también, la capacidad de inscribirse en el mundo como un fenómeno singular por el talento y la fidelidad a las raíces históricas de un pueblo donde se pueden vivir todas las sangres. Un país que como dormido gigante, se agita reclamando más espacio para levantarse.
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