Hernando Cortés, hombre de teatro
Les ruego disculparme por concederme la licencia de ampliar mi función de presentador de una nueva edición de La Ciudad de los Reyes (1963/67), de Hernando Cortés (H.C.), obra de especial significación en la historia de la dramaturgia peruana, y convertirme en vocero de quienes admiramos al autor y vemos en él a uno de los más importantes hombres de teatro del Perú.
En la segunda mitad del siglo XX, la presencia y significación de H.C. en el proceso histórico del teatro peruano es multifacética y valiosa. Actor, sobrio, intenso, preciso y riguroso. Director, inteligente, imaginativo, profundo y equilibrado. Profesor, agudo, informado, sensible y culto. Crítico y estudioso de la escena. Promotor, comprometido y participante. De palabra pertinente y propia en el coloquio y en la polémica, y de una nobleza y generosidad a prueba de egoísmos en la amistad. Sean mis palabras homenaje y reconocimiento a su figura integérrima.
No creo que logre abarcar en el corto lapso de mi intervención el itinerario vital ni la riqueza de momentos de la trayectoria artística de H.C.; pero espero trazar en el lienzo flotante de la imaginación algunas gruesas pinceladas enérgicas que señalen su sólida presencia en el teatro peruano, a la manera de los rasgos del tachismo de Tapiés que se imponen sobre la luminosidad de la tela, no para disminuir su fulgor sino para valorarlo más.
Mi primer contacto con Hernando se remonta a los ya lejanos años sesenta, cuando fui dirigido por él en Recordando con Ira, de John Osborne- obra emblema de la generación de los iracundos en Inglaterra y que traducía la desesperanza que hoy campea en casi toda la producción juvenil en nuestra patria y en el mundo. Recuerdo, y no con ira, que acompañé a Vlado Radovic, actor de fuerte temperamento y gran presencia escénica, y a las bellísimas y sutiles actrices Gaby Legrand, que también fue la productora de la obra, y Dalmacia Samohod, que venía de representar la Jenny de los Mataderos en La Ópera de dos por medio, de Bertolt Brecht, bajo la dirección de Atahualpa del Cioppo. Precisamente Hernando, tengo entendido, retornaba de Europa donde había seguido un stage en el Berliner Ensemble, la compañía de Brecht en Alemania del Este. Las representaciones se hicieron en el auditorio de la Radioemisora 1160, que funcionaba en la Avenida Alfonso Ugarte. Como testimonio de la calidad de los colaboradores, añadiré para la historia que la fotografía del afiche fue tomada por Casals.
De su talento de director volvería a saber cuando el grupo Histrión, teatro de arte, estrenó Vida y Pasión de Santiago el Pajarero , de su gran amigo Julio Ramón Ribeyro. No trabajé en aquella ocasión. Pero puedo dar vívido testimonio de que ninguna de los posteriores puestas en que lo hice y las que he visto desde entonces, igualan el acierto del sencillo y preciso diseño del inolvidable montaje de Hernando, con vestuario de Ernesto Sarmiento. Diseño que armonizaba perfectamente con el esquema directo de la obra de Ribeyro y su forma brechtiana. Años después, Atahualpa del Cioppo calificaría a Santiago, el pajarero como un pequeño Galileo Galilei.
Otro recuerdo muy intenso del maestro Cortés lo obtuve de mi asistencia al Ciclo de recitales que sostuvo en el Instituto Mariátegui y en el cual leyera con prosodia ejemplar los versos de poetas socialistas como Maiacovsky, Hikmet, Brecht y César Vallejo, por cierto. Creo que son muy pocos los artistas peruanos de la palabra que lean con la pulcritud y exquisitez de Hernando. No fue raro por esto que en La última cinta, de Samuel Becket, el Informe para una Academia, de Antonin Artaud y La Metamorfosis, de Kafka nos regalara inolvidables versiones interpretativas. Huella indeleble han dejado en nuestra memoria sus composiciones de Willy Lohman en La Muerte de un Viajante, de Arthur Miller, y la del ácido profesor de historia en Quién le tiene miedo a Virginia Woolf , de Edward Albee.
Posiblemente a muy pocas personas les suene el nombre de Etienne Souriau, autor de Las 20000 situaciones dramáticas, en las que desmenuza la estructura del drama. Obra que sirvió de modelo para el análisis estructural del relato. Los libros de Souriau hasta el momento no han sido traducidos al castellano. No obstante una fecunda tarde recibí información ampliatoria y profunda de sus teorías del teatro, conversando en la Cafetería de la Escuela Nacional de Arte Dramático con Hernando, que había sido alumno de Souriau, en La Sorbona, de París Como ésta, muchas anécdotas más podría narrar de este hombre de teatro, piurano. Valga ella como una historia más que, sumadas a las ya contadas, tal vez logren reconstruir el rompecabezas de su personalidad, aspecto de los seres humanos no siempre factible de armar. Sin embargo, estoy seguro que concordarán conmigo en la pertinencia de este homenaje a su fecunda presencia en el teatro peruano.
Su producción dramatúrgica está conformada por una trilogía que completan: Los Conquistadores (1975/77) y Tierra o Muerte (1986). Me detendré muy brevemente en ellas, sobre todo para compensar la carga brechtiana atribuida a su teatro, con otros aspectos de su tratamiento dramatúrgico que enriquecen sus pespectivas de análisis del acontecer histórico en la escena, que es su preocupación esencial.
Yo leí una versión mimeografiada de La Verdadera Crónica de la Conquista del Perú , título que hasta ahora prefiero al de Los Conquistadores, como finalmente se simplificó. Aunque estrenada en 1977 en el Teatro La Cabaña, por el Teatro Nacional, es una creación esclarecedora que se proyectaba a la conmemoración en 1992, del medio milenio de la invasión y conquista hispana en América. Aquí el distanciamiento se produce por desnudamiento del comportamiento de los aventureros que llegaron ávidos de dinero a estas tierras del Perú. La epicidad de su primera obra (La ciudad de los Reyes, que es la que hoy nos convoca), enriquece sus niveles de denuncia asumiendo tratamientos propios del teatro de la crueldad, preconizado por Antonin Artaud en El Teatro y su Doble. Y esto no es sólo apreciación mía. Cuando Peter Brook nos visitó Hernando hizo explicitas sus intenciones en la escena del torneo, en la que los indios son empleados como caballos. Son muy pocos los dramaturgos que han escrito teatro histórico en el Perú. No me refiero a biografías dramatizadas, sino al conciente y acucioso sondeo en el pasado para extraer algunas constantes que permitan asumir el presente con mayor conciencia. Tal como se puede apreciar en Atusparia, drama que por propia declaración escribió Julio Ramón Ribeyro, para ser leído. Y que, no obstante, H.C. llevó a escena en el Teatro La Cabaña, corroborando su interés por el teatro histórico. Otro dramaturgo peruano que ha escrito obras dentro de esta inquietud, a partir de personajes, es Alfonso La Torre. En su producción han cobrado vida escénica, Tomasa Tito Condemayta, de la gesta de Tupac Amaru, César Vallejo, Garcilaso de la Vega y Santa Rosa de Lima.
Con gran fuerza y emoción se desarrolla Tierra o Muerte. Cuatro personajes recluidos en la misma celda por diversas causas, durante las guerrillas del 65, van acercándose, pese a provenir de diferentes regiones y estratos sociales. Un indio, que sólo habla quechua, un mestizo, un niño y un viajante. Dos gritos se alternan, mientras ellos declaran y desnudan su visión de los acontecimientos. La alternancia rítmica del quechua y del castellano adquieren matices sinfónicos. Es verdad que un niño es muerto por los torturadores, pero en el mismo instante la mujer del carcelero da a luz. Y en la cárcel su llanto es de esperanza. Porque el estallido revolucionario:
"Es semejante al niño...que se estremece en el vientre de su madre... y que pronto verá la luz"
Para generar su propio espacio donde entonar estos cantos de esperanza, como promotor, conforma el grupo El Tábano, con la intención de aguijonear a la somnolienta sociedad peruana, para sacarla de su modorra indolente. Y es esta disposición de aguijón de alerta, de invitación al compromiso conciente, la función que desde un principio H.C. estableció para su dramaturgia. Singulariza su línea creativa, la preocupación por hurgar en el presente y en la historia, y traer a primer plano las contradicciones de la sociedad peruana. Trataremos de acercarnos a los valores de su producción dramatúrgica deteniéndonos en algunos detalles de la estructura de las situaciones, los personajes, y sus confrontaciones, en La Ciudad de los Reyes.
Una Dramaturgia de Compromiso con la Reflexión Histórica de la Patria
Fechada en Ayacucho, 1963, La Ciudad de los Reyes consta de un prólogo, ocho historias breves y un epílogo; fue premiada en 1964 por el Centro Peruano de Teatro , entidad afiliada al Instituto Internacional de Teatro de la UNESCO y estrenada por el Club de Teatro de Lima, el 25 de Noviembre de 1967, dirigida por el maestro Reynaldo D´Amore. Como parte de la celebración del 433 Aniversario de la ciudad de Lima, se repuso al año siguiente en la Sala Alzedo, con el auspicio del Concejo Provincial.
La estructura es similar a la de Terror y Miserias del Tercer Reich, de Bertolt Brecht. Como tal, se aleja del manejo del conflicto a partir de una situación central paradigmática. A manera de un políptico, se suceden historias en las que se va desnudando "la comedia humana" de una sociedad en la que no existe consideración alguna por la dignidad y en la que priman los intereses del dinero, la superficialidad de los sentimientos, la indiferencia, la corrupción y el servilismo y en la que los marginados son objeto de abusos, cuando no meros instrumentos circunstanciales para el mantenimiento en el poder. No, nos estamos refiriendo al reciente y triste régimen del pseudoperuano, mitómano y mafioso oriental y su tenebroso consorte, traficante de drogas y armas, y traidor a la patria. Estamos refiriendo las propuestas de una obra de la segunda mitad de la década de los sesenta. En ella, con implacable escalpelo Hernando Cortés va diseccionando los diversos estratos de la sociedad limeña, develando las mismas contradicciones que, por esos años, condujeron a a Sebastián Salazar Bondy a escribir Lima, la Horrible. Pero, el drama épico de Cortés es mucho más directo y fuerte que el ensayo de Salazar Bondy, porque las ocho breves historias que desarrolla conforman un gran fresco que, con cruel ironía, muestra, enfrenta, confronta, conflictúa y obliga a polemizar con nuestra propia imagen nacional. Aunque muchas veces -por un mecanismo propio del empleo de la ironía escénica- más que a nuestra propia imagen, pensemos que se está criticando el comportamiento de nuestro vecino. Sí, por un mecanismo idéntico al que lleva en estos días a la clase política del país a rasgarse las vestiduras frente a un poder al que nunca supieron enfrentar con acierto y, lo que es más grave, que ahora que lo tienen bajo su responsabilidad, no logran manejar con propiedad. En otras palabras, La Ciudad de los Reyes continúa denunciando a Lima, la Horrible , donde hoy posiblemente la crápula se haya acentuado al ritmo que el foso que aleja la pobreza del bienestar se ha ensanchado y profundizado a límites que, para la mayoría de peruanos, torna inexpugnable el castillo del crecimiento sostenido y el franco ingreso al Siglo XXI. Tal el descarnado cuadro de las tres veces coronada villa, a la que parece no salvarán los tres reyes magos de la fábula. Como dicen a coro los actores en el prólogo:
Presentemos ante vosotros al habitante peculiar de nuestro pueblo, el rey de su ciudad. Veamos a los tres reyes desfilando: El blanco, el negro, el indio. Todos ellos vengan a vosotros cargando sus presentes como hacia un nuevo Mesías, que acabara de nacer: el oro que hacía el lujo y la riqueza, el incienso que representaba la soberbia, la vanagloria y la adulación. Y, por último, la mirra con que se embalsamaba la pestilencia, la carroña y la mugre.
Variedad de situaciones componen una galería de personajes prototípicos. Los trazos son exactos y en cada actitud revelan lo que el autor se propone con ellos demostrar. El diálogo es dinámico y responde a la extracción de los personajes. Un breve repaso a los lugares de la acción puede dar cuenta del universo abarcado, desde planos de miseria hasta los despachos desde donde se ejerce el poder político y económico:
Los niños están a la venta , en el cuarto de un callejón. Un hombre y una mujer. La miseria vende a un niño.
No se puede vivir del gobierno , en el despacho del ministro. El Ministro y un empleado amigo de él. La sabiduría de ubicuidad de un empleado público.
La posibilidad de interpretar independientemente cada una de las breves historias ha llevado a que algunos fragmentos sean más conocidos y difundidos que otros, Tal es el caso de Abuse usted de las cholas, que sucede en el teatro. Creo que es la obra más representada por las actrices peruanas. Si mal no recuerdo, correspondió a Aurora Colina el estrenarla. Posiblemente la anécdota ha cambiado y las hoy llamadas trabajadoras del hogar muy rara vez presentan los niveles de ingenuidad que H.C. le dio al personaje. Ahora la seducción se realiza mediante el licor y la droga que campea en los salsódromos. a los que derivan los fines de semana. La ingenuidad ha desaparecido, pero los mecanismos de seducción del sistema se han hecho más arteros.
El general lanzó su candidatura , en la casa del general. El general, el masajista y el político. La venalidad castrense.
Se hace labor social , en casa del hombre de negocios. El hombre de negocios y su mujer. La venta de terrenos inútiles.
Al portero le aumentaron el sueldo , en uno de los salones de la empresa. El dueño de caballos, el dueño de perros y Chumpi, el portero. Donde un caballo o un perro valen más que un ser humano.
Guerra al sindicato , en el despacho del gerente. El gerente y su amigo al teléfono. O como librarse de un empleado peligroso.
El terrorismo se apodera de la capital , en casa del prefecto. El prefecto y el comandante. El gobierno fabrica sus héroes.
Fueron premonitorias, hoy lo sabemos bien, las reflexiones del epílogo.
¿Cuánto tiempo se frenó la guerra? ¿Diez, veinte, cincuenta años, se siguió humillando al rey negro y al rey indio con regalos? Se declaró un día, franca, abierta, cruel, la guerra a muerte.
Y en Ayacucho, donde se escribió la obra, llegó Sendero Luminoso. No fue la luz de la reivindicación soñada por el autor, fue un paréntesis nocturno, en cuyo tenebroso y proceloso negro mar movió sus tentáculos de corrupción el narcotráfico. Y el narcoterrorismo se disfrazó tras una falaz victoria que fue la cortina que ocultó por más de una década la impunidad y el empleo abusivo del poder. Hasta hoy, la justicia del pueblo continúa esperando su día de victoria. Nuevas máscaras disimulan antiguas prácticas de explotación y alienación. El neoliberalismo postmoderno y la globalización han integrado a la gran aldea mundial a la Ciudad de los Reyes, Lima, la capital del Perú. Y de ella nacen para el mundo los cantos de sirena que venden la ilusión del develamiento del misterio del capital, cual si fuera una mercancía de libre usufructo.
El Teatro no es historia ni profecía, pero sí testimonio estético de fe y esperanza en las fuerzas morales de la humanidad. Esta es la dimensión más trascendente del arte teatral, y por ella continúa encendida la vigencia de La Ciudad de los Reyes, hachón esclarecedor que ilumina el camino hacia la libertad, la justicia y la solidaridad por la que deberemos seguir luchando. Libertad, justicia y solidaridad en las que cifra su esperanza reivindicatoria la voz múltiple de H.C. en el teatro peruano.
Instituto Raúl Porras Barrenechea (Miraflores), 14 de Diciembre del 2000
Les ruego disculparme por concederme la licencia de ampliar mi función de presentador de una nueva edición de La Ciudad de los Reyes (1963/67), de Hernando Cortés (H.C.), obra de especial significación en la historia de la dramaturgia peruana, y convertirme en vocero de quienes admiramos al autor y vemos en él a uno de los más importantes hombres de teatro del Perú.
En la segunda mitad del siglo XX, la presencia y significación de H.C. en el proceso histórico del teatro peruano es multifacética y valiosa. Actor, sobrio, intenso, preciso y riguroso. Director, inteligente, imaginativo, profundo y equilibrado. Profesor, agudo, informado, sensible y culto. Crítico y estudioso de la escena. Promotor, comprometido y participante. De palabra pertinente y propia en el coloquio y en la polémica, y de una nobleza y generosidad a prueba de egoísmos en la amistad. Sean mis palabras homenaje y reconocimiento a su figura integérrima.
No creo que logre abarcar en el corto lapso de mi intervención el itinerario vital ni la riqueza de momentos de la trayectoria artística de H.C.; pero espero trazar en el lienzo flotante de la imaginación algunas gruesas pinceladas enérgicas que señalen su sólida presencia en el teatro peruano, a la manera de los rasgos del tachismo de Tapiés que se imponen sobre la luminosidad de la tela, no para disminuir su fulgor sino para valorarlo más.
Mi primer contacto con Hernando se remonta a los ya lejanos años sesenta, cuando fui dirigido por él en Recordando con Ira, de John Osborne- obra emblema de la generación de los iracundos en Inglaterra y que traducía la desesperanza que hoy campea en casi toda la producción juvenil en nuestra patria y en el mundo. Recuerdo, y no con ira, que acompañé a Vlado Radovic, actor de fuerte temperamento y gran presencia escénica, y a las bellísimas y sutiles actrices Gaby Legrand, que también fue la productora de la obra, y Dalmacia Samohod, que venía de representar la Jenny de los Mataderos en La Ópera de dos por medio, de Bertolt Brecht, bajo la dirección de Atahualpa del Cioppo. Precisamente Hernando, tengo entendido, retornaba de Europa donde había seguido un stage en el Berliner Ensemble, la compañía de Brecht en Alemania del Este. Las representaciones se hicieron en el auditorio de la Radioemisora 1160, que funcionaba en la Avenida Alfonso Ugarte. Como testimonio de la calidad de los colaboradores, añadiré para la historia que la fotografía del afiche fue tomada por Casals.
De su talento de director volvería a saber cuando el grupo Histrión, teatro de arte, estrenó Vida y Pasión de Santiago el Pajarero , de su gran amigo Julio Ramón Ribeyro. No trabajé en aquella ocasión. Pero puedo dar vívido testimonio de que ninguna de los posteriores puestas en que lo hice y las que he visto desde entonces, igualan el acierto del sencillo y preciso diseño del inolvidable montaje de Hernando, con vestuario de Ernesto Sarmiento. Diseño que armonizaba perfectamente con el esquema directo de la obra de Ribeyro y su forma brechtiana. Años después, Atahualpa del Cioppo calificaría a Santiago, el pajarero como un pequeño Galileo Galilei.
Otro recuerdo muy intenso del maestro Cortés lo obtuve de mi asistencia al Ciclo de recitales que sostuvo en el Instituto Mariátegui y en el cual leyera con prosodia ejemplar los versos de poetas socialistas como Maiacovsky, Hikmet, Brecht y César Vallejo, por cierto. Creo que son muy pocos los artistas peruanos de la palabra que lean con la pulcritud y exquisitez de Hernando. No fue raro por esto que en La última cinta, de Samuel Becket, el Informe para una Academia, de Antonin Artaud y La Metamorfosis, de Kafka nos regalara inolvidables versiones interpretativas. Huella indeleble han dejado en nuestra memoria sus composiciones de Willy Lohman en La Muerte de un Viajante, de Arthur Miller, y la del ácido profesor de historia en Quién le tiene miedo a Virginia Woolf , de Edward Albee.
Posiblemente a muy pocas personas les suene el nombre de Etienne Souriau, autor de Las 20000 situaciones dramáticas, en las que desmenuza la estructura del drama. Obra que sirvió de modelo para el análisis estructural del relato. Los libros de Souriau hasta el momento no han sido traducidos al castellano. No obstante una fecunda tarde recibí información ampliatoria y profunda de sus teorías del teatro, conversando en la Cafetería de la Escuela Nacional de Arte Dramático con Hernando, que había sido alumno de Souriau, en La Sorbona, de París Como ésta, muchas anécdotas más podría narrar de este hombre de teatro, piurano. Valga ella como una historia más que, sumadas a las ya contadas, tal vez logren reconstruir el rompecabezas de su personalidad, aspecto de los seres humanos no siempre factible de armar. Sin embargo, estoy seguro que concordarán conmigo en la pertinencia de este homenaje a su fecunda presencia en el teatro peruano.
Su producción dramatúrgica está conformada por una trilogía que completan: Los Conquistadores (1975/77) y Tierra o Muerte (1986). Me detendré muy brevemente en ellas, sobre todo para compensar la carga brechtiana atribuida a su teatro, con otros aspectos de su tratamiento dramatúrgico que enriquecen sus pespectivas de análisis del acontecer histórico en la escena, que es su preocupación esencial.
Yo leí una versión mimeografiada de La Verdadera Crónica de la Conquista del Perú , título que hasta ahora prefiero al de Los Conquistadores, como finalmente se simplificó. Aunque estrenada en 1977 en el Teatro La Cabaña, por el Teatro Nacional, es una creación esclarecedora que se proyectaba a la conmemoración en 1992, del medio milenio de la invasión y conquista hispana en América. Aquí el distanciamiento se produce por desnudamiento del comportamiento de los aventureros que llegaron ávidos de dinero a estas tierras del Perú. La epicidad de su primera obra (La ciudad de los Reyes, que es la que hoy nos convoca), enriquece sus niveles de denuncia asumiendo tratamientos propios del teatro de la crueldad, preconizado por Antonin Artaud en El Teatro y su Doble. Y esto no es sólo apreciación mía. Cuando Peter Brook nos visitó Hernando hizo explicitas sus intenciones en la escena del torneo, en la que los indios son empleados como caballos. Son muy pocos los dramaturgos que han escrito teatro histórico en el Perú. No me refiero a biografías dramatizadas, sino al conciente y acucioso sondeo en el pasado para extraer algunas constantes que permitan asumir el presente con mayor conciencia. Tal como se puede apreciar en Atusparia, drama que por propia declaración escribió Julio Ramón Ribeyro, para ser leído. Y que, no obstante, H.C. llevó a escena en el Teatro La Cabaña, corroborando su interés por el teatro histórico. Otro dramaturgo peruano que ha escrito obras dentro de esta inquietud, a partir de personajes, es Alfonso La Torre. En su producción han cobrado vida escénica, Tomasa Tito Condemayta, de la gesta de Tupac Amaru, César Vallejo, Garcilaso de la Vega y Santa Rosa de Lima.
Con gran fuerza y emoción se desarrolla Tierra o Muerte. Cuatro personajes recluidos en la misma celda por diversas causas, durante las guerrillas del 65, van acercándose, pese a provenir de diferentes regiones y estratos sociales. Un indio, que sólo habla quechua, un mestizo, un niño y un viajante. Dos gritos se alternan, mientras ellos declaran y desnudan su visión de los acontecimientos. La alternancia rítmica del quechua y del castellano adquieren matices sinfónicos. Es verdad que un niño es muerto por los torturadores, pero en el mismo instante la mujer del carcelero da a luz. Y en la cárcel su llanto es de esperanza. Porque el estallido revolucionario:
"Es semejante al niño...que se estremece en el vientre de su madre... y que pronto verá la luz"
Para generar su propio espacio donde entonar estos cantos de esperanza, como promotor, conforma el grupo El Tábano, con la intención de aguijonear a la somnolienta sociedad peruana, para sacarla de su modorra indolente. Y es esta disposición de aguijón de alerta, de invitación al compromiso conciente, la función que desde un principio H.C. estableció para su dramaturgia. Singulariza su línea creativa, la preocupación por hurgar en el presente y en la historia, y traer a primer plano las contradicciones de la sociedad peruana. Trataremos de acercarnos a los valores de su producción dramatúrgica deteniéndonos en algunos detalles de la estructura de las situaciones, los personajes, y sus confrontaciones, en La Ciudad de los Reyes.
Una Dramaturgia de Compromiso con la Reflexión Histórica de la Patria
Fechada en Ayacucho, 1963, La Ciudad de los Reyes consta de un prólogo, ocho historias breves y un epílogo; fue premiada en 1964 por el Centro Peruano de Teatro , entidad afiliada al Instituto Internacional de Teatro de la UNESCO y estrenada por el Club de Teatro de Lima, el 25 de Noviembre de 1967, dirigida por el maestro Reynaldo D´Amore. Como parte de la celebración del 433 Aniversario de la ciudad de Lima, se repuso al año siguiente en la Sala Alzedo, con el auspicio del Concejo Provincial.
La estructura es similar a la de Terror y Miserias del Tercer Reich, de Bertolt Brecht. Como tal, se aleja del manejo del conflicto a partir de una situación central paradigmática. A manera de un políptico, se suceden historias en las que se va desnudando "la comedia humana" de una sociedad en la que no existe consideración alguna por la dignidad y en la que priman los intereses del dinero, la superficialidad de los sentimientos, la indiferencia, la corrupción y el servilismo y en la que los marginados son objeto de abusos, cuando no meros instrumentos circunstanciales para el mantenimiento en el poder. No, nos estamos refiriendo al reciente y triste régimen del pseudoperuano, mitómano y mafioso oriental y su tenebroso consorte, traficante de drogas y armas, y traidor a la patria. Estamos refiriendo las propuestas de una obra de la segunda mitad de la década de los sesenta. En ella, con implacable escalpelo Hernando Cortés va diseccionando los diversos estratos de la sociedad limeña, develando las mismas contradicciones que, por esos años, condujeron a a Sebastián Salazar Bondy a escribir Lima, la Horrible. Pero, el drama épico de Cortés es mucho más directo y fuerte que el ensayo de Salazar Bondy, porque las ocho breves historias que desarrolla conforman un gran fresco que, con cruel ironía, muestra, enfrenta, confronta, conflictúa y obliga a polemizar con nuestra propia imagen nacional. Aunque muchas veces -por un mecanismo propio del empleo de la ironía escénica- más que a nuestra propia imagen, pensemos que se está criticando el comportamiento de nuestro vecino. Sí, por un mecanismo idéntico al que lleva en estos días a la clase política del país a rasgarse las vestiduras frente a un poder al que nunca supieron enfrentar con acierto y, lo que es más grave, que ahora que lo tienen bajo su responsabilidad, no logran manejar con propiedad. En otras palabras, La Ciudad de los Reyes continúa denunciando a Lima, la Horrible , donde hoy posiblemente la crápula se haya acentuado al ritmo que el foso que aleja la pobreza del bienestar se ha ensanchado y profundizado a límites que, para la mayoría de peruanos, torna inexpugnable el castillo del crecimiento sostenido y el franco ingreso al Siglo XXI. Tal el descarnado cuadro de las tres veces coronada villa, a la que parece no salvarán los tres reyes magos de la fábula. Como dicen a coro los actores en el prólogo:
Presentemos ante vosotros al habitante peculiar de nuestro pueblo, el rey de su ciudad. Veamos a los tres reyes desfilando: El blanco, el negro, el indio. Todos ellos vengan a vosotros cargando sus presentes como hacia un nuevo Mesías, que acabara de nacer: el oro que hacía el lujo y la riqueza, el incienso que representaba la soberbia, la vanagloria y la adulación. Y, por último, la mirra con que se embalsamaba la pestilencia, la carroña y la mugre.
Variedad de situaciones componen una galería de personajes prototípicos. Los trazos son exactos y en cada actitud revelan lo que el autor se propone con ellos demostrar. El diálogo es dinámico y responde a la extracción de los personajes. Un breve repaso a los lugares de la acción puede dar cuenta del universo abarcado, desde planos de miseria hasta los despachos desde donde se ejerce el poder político y económico:
Los niños están a la venta , en el cuarto de un callejón. Un hombre y una mujer. La miseria vende a un niño.
No se puede vivir del gobierno , en el despacho del ministro. El Ministro y un empleado amigo de él. La sabiduría de ubicuidad de un empleado público.
La posibilidad de interpretar independientemente cada una de las breves historias ha llevado a que algunos fragmentos sean más conocidos y difundidos que otros, Tal es el caso de Abuse usted de las cholas, que sucede en el teatro. Creo que es la obra más representada por las actrices peruanas. Si mal no recuerdo, correspondió a Aurora Colina el estrenarla. Posiblemente la anécdota ha cambiado y las hoy llamadas trabajadoras del hogar muy rara vez presentan los niveles de ingenuidad que H.C. le dio al personaje. Ahora la seducción se realiza mediante el licor y la droga que campea en los salsódromos. a los que derivan los fines de semana. La ingenuidad ha desaparecido, pero los mecanismos de seducción del sistema se han hecho más arteros.
El general lanzó su candidatura , en la casa del general. El general, el masajista y el político. La venalidad castrense.
Se hace labor social , en casa del hombre de negocios. El hombre de negocios y su mujer. La venta de terrenos inútiles.
Al portero le aumentaron el sueldo , en uno de los salones de la empresa. El dueño de caballos, el dueño de perros y Chumpi, el portero. Donde un caballo o un perro valen más que un ser humano.
Guerra al sindicato , en el despacho del gerente. El gerente y su amigo al teléfono. O como librarse de un empleado peligroso.
El terrorismo se apodera de la capital , en casa del prefecto. El prefecto y el comandante. El gobierno fabrica sus héroes.
Fueron premonitorias, hoy lo sabemos bien, las reflexiones del epílogo.
¿Cuánto tiempo se frenó la guerra? ¿Diez, veinte, cincuenta años, se siguió humillando al rey negro y al rey indio con regalos? Se declaró un día, franca, abierta, cruel, la guerra a muerte.
Y en Ayacucho, donde se escribió la obra, llegó Sendero Luminoso. No fue la luz de la reivindicación soñada por el autor, fue un paréntesis nocturno, en cuyo tenebroso y proceloso negro mar movió sus tentáculos de corrupción el narcotráfico. Y el narcoterrorismo se disfrazó tras una falaz victoria que fue la cortina que ocultó por más de una década la impunidad y el empleo abusivo del poder. Hasta hoy, la justicia del pueblo continúa esperando su día de victoria. Nuevas máscaras disimulan antiguas prácticas de explotación y alienación. El neoliberalismo postmoderno y la globalización han integrado a la gran aldea mundial a la Ciudad de los Reyes, Lima, la capital del Perú. Y de ella nacen para el mundo los cantos de sirena que venden la ilusión del develamiento del misterio del capital, cual si fuera una mercancía de libre usufructo.
El Teatro no es historia ni profecía, pero sí testimonio estético de fe y esperanza en las fuerzas morales de la humanidad. Esta es la dimensión más trascendente del arte teatral, y por ella continúa encendida la vigencia de La Ciudad de los Reyes, hachón esclarecedor que ilumina el camino hacia la libertad, la justicia y la solidaridad por la que deberemos seguir luchando. Libertad, justicia y solidaridad en las que cifra su esperanza reivindicatoria la voz múltiple de H.C. en el teatro peruano.
Instituto Raúl Porras Barrenechea (Miraflores), 14 de Diciembre del 2000
No hay comentarios:
Publicar un comentario