Quarta Ripresa
Martín Adán
El ojo que ves/no es ojo porque tú lo veas/ es ojo porque te ve.
Antonio Machado
La mirada del otro me cosifica. Agrede mi condición de ente subjetivo.
Jean Paul Sartre
El arte como extensión del hombre en el tiempo, como huella histórica de su sensibilidad, tiene recursos singulares para registrarse en la memoria. De los poetas heredamos los ecos de su voz; de los músicos, inquietantes sonoridades; de los actores, apenas si una breve sensación de las emociones sentidas, un lampo en el recuerdo, que evocamos a veces como quien rememora un viejo amor. Todas, sensaciones subjetivas que se renuevan en los reencuentros periódicos con las páginas escritas, los conciertos o la reproducción sonora, o la simple y pura evocación de una actuación que consideramos "inolvidable". Pero, cuando apreciamos un dibujo o un cuadro pictórico compartimos en acto colectivo la tangible experiencia de la concreción de una mirada. El pintor no cierra los ojos jamás porque nos deja el testimonio permanente de su manera de contemplar el mundo. Su gana ubérrima de convertir esta contemplación en imágenes que animen el espíritu y promuevan la reflexión. Ojos que escrutan lo hondo de las cosas y permiten al alma posarse en el paisaje que admira o la cesta de frutas que ufana su dulzura cromática al desafío de la luz. Ojos que miran y nos permiten mirar el vibrar del viento o el calor que flota sobre la tierra húmeda o reseca. Fabuloso ilustrador de sueños propios o ajenos, el pintor inaugura mitos al ritmo del color, las texturas, las líneas y la presencia reinante de la luz y la enciclopedia interminable de las formas. Es como si en el encuentro con cada pintor ingresáramos a una universidad del mirar en la que, como los niños, viéramos el mundo por primera vez. Porque no es un mundo nuevo en realidad lo que el pintor nos brinda sino una manera inédita de resolverlo a la mirada de los demás. Poética emocional que me hace dialogar con el silencio hasta escuchar la inagotable profundidad de una silla, de un árbol o de una piedra al hablar de sí mismos y de los hombres. Musicalidad esencial que se agita en las pinceladas evidentes o a veces imperceptibles, que asciende por las líneas en volutas u ordenadas geométricamente en rigurosa correspondencia angular. Instante similar al del actor que con un gesto o matiz de la voz nos revela los secretos de una intimidad. Estallido del ser sobre el acontecer o sereno posarse de la mirada sobre las cosas del mundo, incluidos los hombres como cosas agrupadas al lado de las cosas. Ventana abierta a sueños y realidad los cuadros nos abren los ojos a nuevas dimensiones de la verdad esencial de la existencia.
Hoy, estamos aquí reunidos para rendir homenaje de recuerdo a la presencia por siempre de Sérvulo Gutiérrez, hombre sencillo que portaba en sus manos el ardor de las arenas iqueñas y la experiencia artesanal de reproducir señores de Luren. Pues, desde niño lo primero que hizo fue echar raíces en los cálidos territorios de su tierra natal, calidez que le llegó al alma y lo hizo un hombre tierno. Testimonio personal de la manera como presentaba a Cely "su hermanita". Su bella y delicada hermanita a la que él amaba y escuchaba con cariño. De innegable y avasallante encanto personal las mujeres lo amaban, porque las mujeres tienen el privilegio de la resonancia intuitiva al espontáneo aprecio a su hermosura. Decidido hasta aceptar ser un púgil, no sólo en el ring de la vida, como habitualmente lo somos todos, sino en el concreto del cuadrilátero que lo llevó a otras tierras representando al Perú y que le permitió airear su alma en otros pueblos del mundo. Agudo observador y atento a la imposición de los tiempos asumió la pintura como una forma de vida y desde entonces dialogó con el mundo desde sus diseños y lienzos. Fue un autodidacta de potente capacidad de renovación y desbordada imaginación. Nos enseñó a hacer pintura peruana fuera de las imágenes anecdóticas del Perú. Porque no quiso hacer postales sino Pintura incendió huarangos, agitó el desierto, inmortalizó Huacachina, plasmó la figura de la mujer peruana en la dimensión ciclópea de los andes, se detuvo en el silencio y la soledad cuadriculada de los techos de las ciudades como Buenos Aires o Lima y recogió el rostro o el desnudo de la mujer amada como ofrenda de pasión. No, no fue un bohemio que se apagó anecdóticamente en bares, fue un sediento de vida y de ternura que se brindó hasta agotarse en quienes lo conocieron, sus amigos, y en las esculturas, pinturas y dibujos que felizmente nos legó. Por eso pintaba generosa y vehementemente en el espacio más cercano que encontrase. No quería llevarse nada de él y quedarse entero en los demás.
Sobre el final de los días prologales de estos de su inmortalidad acrecentó su producción de Cristos y Santa Rosas como testimonio de su sentir del hombre y de la mujer. Así la mujer que amaba, a la que en un comienzo dió la dimensión colosal de los andes, posteriormente la sintetizó en un único rostro que repetía con sutiles variaciones de línea y color, el de nuestras heroicas mujeres del Perú profundo. Porque ¿Acaso Santa Rosa fue esa especie de masoquista que amaba a Dios flagelándose, o por el contrario, una serena mujer que se entregó a los enfermos y menesterosos con toda la intensidad de su capacidad de amar? Como la Santa Rosa que llevara a escena Ofelia Lazo, que esta noche nos acompaña, en la obra de Alfonso La Torre sobre nuestra emblemática santa. ¿Y acaso podemos limitar la figura de Cristo a sólo la de Hijo de Dios? Si éste asumió la forma humana fue para dignificarla, ya que equivalía a recuperar la imagen y semejanza a la que animó con un soplo desde el barro esencial en el Génesis. Así, Sérvulo Gutiérrez, al retornar al Cristo que recordaban sus manos de niño, el Señor de Luren de su fe, en el aliento pictórico, la intensidad poética, la musicalidad trágica y la feroz vitalidad de sus hirvientes colores, de sus sinuosas líneas, en lo sanguíneo y visceral de su casi instintivo trazo efervescente, quedó para los tiempos como un mito.
Como en la leyenda tebana sobre el origen del teatro donde el sol fecunda a la tierra para concebir a Baco, dios del vino, los huarangos de Sérvulo parecen contarnos el mito de cómo, enamorados del sol, un día éste los consumió. Pero en el instante mismo en que abrasados por las llamas solares presagiaban convertirse en cenizas un pintor recogió el fruto de esta unión en cuadros y dibujos que son exaltación de la vida. La vida de Sérvulo Gutiérrez, a quien esta noche recordamos en el día de su natalicio.
Leido en el Club Social Miraflores el 20 de Febrero del 2001, por la Asociación Cultural
Sérvulo Gutiérrez, de Max y Cely Gutiérrez.
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