César Urueta Alcántara, en el espacio sin tiempo y en el tiempo sin espacio que ocupan por siempre los hombres que hacen la historia, he venido a conversar contigo una vez más de nuestro maestro Luis Álvarez, de tus alumnos del Bartolomé Herrera, de los años iniciales de la TV, cuando concursamos en los Campeonatos Interescolares de Teatro que hacía César Chávarri Neyra, con la presentación final de los campeones en el Canal 4. Y muchos creerán que miento en esta parte porque no cabe en ellos que alguna vez la TV en el Perú fue cultural también. Qué le vamos a hacer si así de descreidos nos hemos vuelto los peruanos a fuerza de tanta frustración provocada por tanta promesa no cumplida.
Hablarte quiero para la memoria de los que te nombren y hollen tus cenizas aquí depositadas, casi como un rezo de fe y una protesta; diré más precisamente como la bandera, el estandarte de una vida digna, justa, honrada y combatiente. Que es importante señalar que existen entre nosotros paradigmas morales que salvan de la destrucción- como en la Biblia- a esta Sodoma y Gomorra que pareciera ser nuestra Patria en estos días de cinismo a ultranza y de reinante y pública inmoralidad impune.
Todos somos testigos y te lo agradecemos, que hasta hoy inclusive en los periódicos has seguido luchando por la Ley del Artista- y sé que andas por ahí muy cerca de nuestro Presidente tratando de insuflarle la inspiración necesaria para que se dé cuenta sin asesores que promulgar una Ley del Artista es acto más profundo y trascendente para la cultura que inaugurar una exposición en la Estación de Desamparados. Hermosa, necesaria y positiva exposición por lo demás que cuando se desarme será grato recuerdo en los que la hemos visitado; pero, la Ley promulgada, en cada acto de justicia que permita diariamente concretar para los trabajadores de la cultura dará testimonio de que en nuestra Patria se reconoce el aporte de los constructores de la imagen nacional, de los defensores de nuestra diversidad creativa en estos días de globalización alienante, de los generadores del optimismo reflexivo en esta época de desesperanza y ausencia sin límites de fe en los destinos del país.
Amigo mío, permíteme extender un poco más mi diálogo, a las puertas de este local en el que se divirtieron nuestros abuelos, que rescatamos para que nuestros hijos vieran teatro. En este local donde alguna vez interpretaste al monje Savonarola cuya fe en Dios lo llevó a la hoguera, obra en la que hiciste el primer desnudo artístico de la historia del teatro peruano, donde dejaste para nuestras deleitosas remembranzas del buen trajinar escénico tu interpretación del José Da Silva, de Revolución en América del Sur, de Augusto Boal; tu dirección de Las Visiones de Simone Machard, de Bertolt Brecht; la inolvidable autoridad de tu docencia artística que continuaste en el Teatro Ollantay de la Universidad Federico Villarreal... Gotas rescatadas del mar de evocaciones gratas que de por vida agita sus olas en mi memoria. En ese mar veo surcar a una fragata llamada Escuela Nacional de Arte Escénico, nuestra ENAE de siempre, y asoma en el horizonte una corbeta llamada Histrión, teatro de arte, lleno de los principales creadores del teatro actual en el Perú. Y finalmente un destroyer con cañones de paz disparando palomas de pecho colorado que zurean el canto inacabado de la Ley del Artista. Otra vez, sí, otra vez y posiblemente hasta la eternidad. Porque detrás de ella estuviste cuando fuiste Director Ejecutivo del INC y director de cultura en el Municipio de Lima. ¿Se acordará Alan García que también tuvo la Ley entre sus manos entonces y no la promulgó? Tal vez la haya olvidado. Pues dicen que para ser líder político hay que tener una gran capacidad de olvido. Para ser hombre de teatro, por el contrario, como tú lo has sido, la memoria es instrumento imprescindible. Pero no quisiera hablarte con la memoria emotiva a flor de piel ahora que has decidido acompañarnos de alma presente hasta que los esfuerzos de Elvira, de Enrique, de esos soldados de primera línea que siguen batallando, que siguen esperando como el combatiente del poema vallejiano que no dos, veinte, ni millones sino todos los hombres de la tierra reunidos, juntos todos los artistas del Perú, exijamos justicia.
Porque la vida es fuego que no se apaga, porque esta tierra nuestra dentro de miles de millones de años desaparecerá como una inmensa bola de fuego, porque sé bien que Susana y Cristina guardan de tí la cálida prolongación de ese fuego que tercamente mantuviste encendido, no a tus cenizas sino al fuego del que ellas dan testimonio nombro una vez más con tu nombre y como en el monólogo de Marco Antonio ante el cadáver de César asesinado no te ensalzo, no, simplemente dialogo con tu vida puro fuego para que tu inflamado corazón continúe inspirándonos en el tramo restante del camino en el que permaneceremos algún tiempo más antes de seguirte para continuar el coloquio jamás interrumpido con tu vida ejemplar que nos alienta.
César Urueta Alcántara, en el espacio sin tiempo y en el tiempo sin espacio de los hombres que como tú hacen la historia no dejes de acompañarnos que, como ves, la lucha continúa pues la batalla aun no ha terminado...
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