La escuela peruana, como posiblemente muchas escuelas en el mundo, vive en este momento embargada –con un apremio excesivo y demagógico- en lograr que las nuevas generaciones adquieran hábitos lectores.
1. Pero, tendríamos que responder, en el umbral mismo de esta inquietud, si la lectura de textos escritos –con los que normalmente se asocia “la crisis lectora”- es una actividad verdaderamente importante o si estamos magnificando una de las muchas actividades que contribuyen a nuestra afirmación como seres sociales. Porque la verdad es que el abanico de posibilidades lectoras del hombre moderno se ha ampliado a un grado tal que privilegiar cualquier forma de lectura puede ser una limitación. Por otra parte la asunción de una visión parcial de lo que es leer para los seres humanos puede llevarnos a satanizar todos los medios que son ajenos a nuestra parcialidad. Ya es hora de que dejemos de achacar a la televisión la responsabilidad del poco interés lector. Y ya es hora también de que abordemos la formación de hábitos lectores con una visión holística, crítica y creativa. Porque de lo que se trata en buena cuenta no es de que se lean libros únicamente sino toda la riqueza de experiencias multisensoriales que el mundo nos brinda y que constituyen, a la luz de las concepciones modernas de lo que es el ser humano, una extensión natural de nuestro ser individual.
2. Adquirir esta cualidad no es responsabilidad exclusiva de la escuela. La motivación y ejercicio lector debe asumirse como una responsabilidad de la colectividad y no únicamente de la escuela. La lectura del mundo se afirma desde una infancia reflexiva que observa su realidad circundante y aprende espontáneamente a nombrarla. La “definición ostensiva” por la que los niños aprenden el significado de las palabras señalando el objeto o la acción que nombran es la base de todas las experiencias lectoras. En realidad, desde que se está realizando estas acciones, ya se está leyendo. Percibir y pensar sobre lo que se percibe es el punto de partida del conocimiento del mundo.
3. En el caso específico del proceso de enseñanza de la lecto-escritura, hay un aprestamiento corporal paralelo a las experiencias sensoriales de conocimiento del mundo que acrecienta las inquietudes exploratorias y acerca a la seriación y clasificación, tan necesarias para abordar con seguridad el lenguaje escrito. No es lo mismo hablar que escribir. El empleo de las posibilidades sonoras y articulatorias de las cuerdas vocales, vinculadas a la audición es una experiencia que no conduce necesariamente a leer y escribir. Es un error decirle a alguien que escriba como habla. Los apoyos gestuales y tonales del decir portan significaciones que la palabra escrita no posee. Cuando a una persona se le da a leer en voz alta un escrito cualquiera ante un auditorio, es muy posible que cuando le preguntemos qué ha leído no sepa qué respondernos. La lectura llamada silenciosa genera formas de atención y concentración que la lectura oral no permite.
4. Se debe considerar que hay una progresión de acercamiento a todo tipo de lectura, que se abre con el diálogo. El niño comienza por observar aquellos aspectos de la realidad que son de su interés y por frecuentar la narración oral. Hay un mundo pleno de experiencias y, como en el poema de César Vallejo, hay un papel y una pluma de viento en el que se “escriben” las canciones, los cuentos, los juegos rítmicos de palabras, las sonoridades puras y juguetonas. Y un día surge el deseo de “escucharlas” donde están escritas y también d escribirlas. Las aficiones se adquieren al ritmo vital y no por imposición o sermones. Y tras las vivencias que genera la variedad formal del mundo, llegarán los libros con sus mundos de “segunda mano”. Al comienzo escuchará leerlos por los adultos cercanos; pero luego él mismo los leerá para encontrar la manera que otros tienen de ver lo que él conoce. Y a la televisión agregará los libros de imágenes hasta llegar a las tiras cómicas. Así es como este lector en ciernes paulatinamente llega a las noticias de los diarios, a las revistas y finalmente, con pleno dominio de los signos lingüísticos, a los libros mayores que atesoran la cultura humana.
5. En todo momento, la colectividad debe propiciar que se establezca una relación afectiva con la realidad circundante, el libro y el escritor “ausente y presente” y el lector activo. Nos habituamos a lo que nos es grato. Sólo a lo que amamos cuidamos con esmero. Por eso no debe imponerse el leer sino contribuir al descubrimiento de la lectura como una actividad recreativa, espontánea, fuente de creatividad y permanente ejercicio de la reflexión y la criticidad. El niño, el joven o el adulto se integran a la colectividad lectora en la biblioteca del hogar, de la escuela, de la comunidad; conociendo las imprentas y las librerías y todos los componentes del mercado de la lectura y aprenderá a diferenciar los libros apropiados de los inapropiados. Y sabrá que leer no es importante, salvo si lo que se va a leer es importante.
6. Es en este momento que la la escuela entra a brindar orientaciones positivas. Pero no se debe comenzar por la relación con las obras literarias, la literatura es una manera elaborada de expresarse, cuyo contacto en vez de estimular puede inhibir la capacidad de expresión del niño y del joven, e inclusive de los adultos; el fomento de la lectura debe iniciarse por las noticias de los diarios y revistas. Al no hacerse esto, muchas veces los estudiantes se vuelven lectores de titulares. La cultura del titular es uno de los males más álgidos de nuestra sociedad peruana. Es verdad que la literatura para niños en nuestro país ha comenzado a desarrollarse, gracias a la labor de los escritores, algunas editoriales y en menor grado a la labor de la escuela. Pero esta situación no debe asumirse como una vía exclusiva de relación con la lectura. Se hace urgente un Plan Nacional Educativo de Orientación Lectora.
Por cierto que en este compromiso los profesores, ay, los profesores cumplen un rol protagónico para el cual no siempre han sido preparados. Por ejemplo no siempre el mejor alumno es el mejor lector y el profesor debe estar capacitado para captar esta diferencia. Por eso las tareas de lectura deben ser abiertas al comienzo, para definir preferencias. Esto es una especie de prueba de entrada para la lectura en el aula. Nada atenta más contra la creación de hábitos duraderos que la imposición de los mismos. La letra no entra con sangre, se siembra alegremente en amables surcos.
Y estos surcos los abre la industria lectora. El costo y accesibilidad del libro e impresos en general contribuye o atenta contra la constitución de una cultura del leer. Hay editoriales que simplifican las exposiciones en aras de una deformante divulgación de los grandes textos; en algunos casos verdaderamente lamentables, proponen un “interrogatorio guía” que mata el placer de haber leído. El niño o el joven sometido a estas letales baterías se sienten estafados y frustrados. Pues, habiendo terminado su diálogo con el autor no se deja volar a la imaginación espontánea, crítica y creativa del lector, sino que se propone una actividad obligatoria, postiza y esquemática ajena a la adquisición de vivencias. Para una infancia lectora los niños deben leer en libertad, con libertad, reflexiva, recreativa y creativamente.
Cumple aquí un rol trascendental el Plan Nacional de Orientación Lectora, a través de campañas continuas de sensibilización social sobre la importancia de leer en familia, espacio privilegiado para la adquisición de hábitos duraderos.
Contribuye en alto grado a afirmar lo leído el comentar nuestras impresiones ante un público. Esta comunicación que refuerza la calidad expresiva del alumno, que fortalece el sentido crítico y de análisis, que orienta al autoconocimiento y a la exploración del mundo cotidiano, amplía las experiencias vitales y aumenta la comprensión de nuestros semejantes. Sólo en este sentido podemos aceptar la afirmación de que cada libro es un mundo por descubrir.
Que lea la madre gestante, que se alimente de mundo, que frecuente variadas experiencias visuales, auditivas, olfativas, táctiles, térmicas, cinestésicas, de equilibrio. Que el recién nacido frecuente el mismo repertorio. Que observe el mundo, que aprenda a leer los amaneceres, atardeceres, el cielo estrellado y las piedras del camino, el agua de la lluvia, de las nubes y del hielo, todo fue puesto para su testimonio, todo ha sido puesto a su cuidado, que aprenda a vivir de tal manera que, a la hora de su muerte “su cadáver esté lleno de mundo”.
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