martes, 15 de julio de 2008

El gallo desplumado

Recuperar las plumas del gallo desplumado. Aquellas que el viento se llevó y andan desperdigadas sin ton ni son. Algunas-las más débiles y volátiles- impúdicamente danzan con el viento como hojas otoñales en precario intento por convertirse en mariposas. Otras- las más fuertes que en tiempos pasados hubieran servido para escribir- comienzan a morir tras la última pisada de distraído transeúnte o conciente agresor de su desarraigada condición.

Las hay confundidas con las plumas perdidas de algún pajarillo que las anda cambiando por las que ahora necesita para volar. Y con las que no pueden dialogar porque vienen de mundos y de cantos distintos. Aunque, en común experiencia de encuentros cercanos de seres sensibles, logran navegar un tramo de la acequia en la que han caído. Unas encallarán entre la hierba que crece a las orillas, y otras el viento elevará sosteniéndoles una ilusión que la tierra firme, como siempre, cancelará.

El gallo, pese a su juventud, o talvez por su juventud misma que hace aun tierna su carne, despojado de su vida y de sus plumas, es disciplinadamente trozado por hábiles manos monjiles para la mesa papal. Convite cardenalicio de selecta concurrencia pontificia que vuelve a la brega del yantar para recuperar la prominencia de sus vientres en algo disminuidos por los rigurosos votos de ayuno de la santa semana. Erguidos y cargados de energía los mayordomos aguardan atentos la seña convenida para iniciar el desfile de bandejas doradas y plateadas precedida por los copones de humeante consomé.

Voraces dientes de renovada alcurnia por la ortodoncia trituran con fruición el trozado y bien sazonado gallo desplumado que por cierto no piensa en sus pérdidas plumas ni en su función de relojero natural, como- por lo demás- tampoco piensan el papa ni su cardenales ni el atento contingente de servidores. Las ignoradas plumas del gallo desplumado cumplen así su destino en el olvido.

Pero hay una que logra un breve paréntesis de recuerdo cuando es recogida y entregada en gesto de amor por las morenas manos de una doncella que acaba de ser desvirgada a orillas de la acequia. Él recibe la pluma y la guarda cerca de su corazón y la abraza, la besa mientras acaricia los aun erguidos pezones desafiantes…Última pluma del gallo desplumado que terminará un mes después estrujada y arrojada con furia a la misma acequia de aumentado caudal por las lágrimas de la doncella con el mismo reproche tantas veces cantado: ¿ Por qué no te cuidaste?...

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