lunes, 14 de julio de 2008

Dialogar con el silencio


El bullicio crecía en aquel tiempo hasta ensordecerse a sí mismo y convertirse en un ruido notable, caótico, deforme. No explosivo, pues, era permanente, oscuro, sin límites precisos, desdibujada imagen sonora en la que posiblemente hubieran palabras dichas para verdaderamente ser oídas, pero que ya no se oían, y melodías para ser escuchadas, pero que ya eran sólo parte del gran ruido que, a fuerza de crecer era el mismo silencio o su fantasmagórica presencia.

¿ Cuánto se puede estar ausente en el presente como efervescencia de lo que suena a vida? ¿ Cuan efervescente es el torrente de la vida? ¿ Se podrá navegar por esta vía recargada de llantos y risas donde no existe la palabra capaz de imponer mensaje alguno. Donde sin ser sordos, ni mudos, no sabemos de qué hablar? Y finalmente para qué hablar si sólo te responde el silencio.

¿ A quién comunicar tus recuerdos cuando el círculo de diálogo ha vuelto a ti como punto esencial? Cuando tú eres tu multitud. Punto central de una circunferencia mortuoria que nunca más se animará. Porque todo te margina y te aísla. Sólo te queda hablar solo, farfullar pensamientos que son tuyos, solo tuyos, o escribirlos como herencia para sobrevivientes de este eterno naufragio. Y cuanto más te hundes en el abismo marino, habituado ya a no respirar, pero conciente de que aun existes, el silencio es mayor, la soledad absoluta y la luz precaria abisal, anuncia la oscuridad total que llegará.

Oscuridad y silencio, alienado del bullanguero coro de los hospitales de maternidad, que muchas veces no albergan esperanzas sino sólo frustraciones. Y miles de doncellas reconocen en sus vientres vacíos que el otro que llevaron ya no llegará y otra vez el caos ensordecedor de llantos sobre cadáveres pequeñitos humedecidos por lágrimas y por la leche de ubres turgentes, urgentes, insurgentes que buscan una boca ansiosa para entregarse plenamente sin palabras, pero a niveles mayores de elocuencia, ubres turgentes ansiosas de ser consumidas, condenadas al cruel diálogo sin respuesta, a la polémica con uno mismo, a tomar partido y a lidiar contra las propias convicciones…

Dialogar con el silencio no con la indiferencia, ni el hastío, sino el silencio, donde ya nada que signifique algo suena más allá de su propio murmullo sin identificación posible, porque ya nada te es familiar, nada es propio, ni siquiera recuerdo ignoto de algo que fue, deformidad anónima, isla de encuentro con la nada, donde posiblemente nos amamos tanto.

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