Para animar, brindar diversión y dimensión humana al mundo circundante, formas, objetos y partes del sujeto se conjugan para dinamizarse ante el esfuerzo creativo, demiúrgico del titiritero. Y es el retorno a los muñecos de nuestra niñez, al animoso mundo de nuestros años aurorales cuando, por actitud animista ancestral dialogábamos con todas las cosas y todo cobraba vida al mágico conjuro de la imaginación. Y, claro, sólo los títeres nos convocaban, porque siendo más pequeños que nosotros, nos obligaban al acto tierno de cuidarlos y protegerlos.
Podía hablar con mis manos o reconvenir a mis pies, o al obstáculo mayor o menor con el que me tropezaba. Y venía mi madre cómplice y los reconvenía también, mientras me sobaba la parte golpeada. Así crecí confrontándome con las cosas del mundo y mi propio cuerpo, hasta el momento mismo en que me dí cuenta que eso me daba el poder de decir algo a mis semejantes con cierto distanciamiento. Así fue como todo se titireteó y temblorosa, tímidamente se comprometió con la humanidad.
Podía hablar con mis manos o reconvenir a mis pies, o al obstáculo mayor o menor con el que me tropezaba. Y venía mi madre cómplice y los reconvenía también, mientras me sobaba la parte golpeada. Así crecí confrontándome con las cosas del mundo y mi propio cuerpo, hasta el momento mismo en que me dí cuenta que eso me daba el poder de decir algo a mis semejantes con cierto distanciamiento. Así fue como todo se titireteó y temblorosa, tímidamente se comprometió con la humanidad.
Fue entonces que recogí hojas del campo, flores, objetos de mi patria, huellas del hombre inanimadas y concientemente las animé, las convertí en títeres, más que muñecos animados, objetos, cosas del mundo, comprometido con su sentir y su vibrar. Y viendo que lo que hacía era bueno para grandes y chicos aprendí a quererlos.
Hoy que el mundo se debate en pesares de violencia que parece no quisiera dejar huella del hombre, al ver que el mundo entero celebra esta antigua novedad me acerco a ustedes para decirles que los amo y que amen los títeres, la humanización sin límites del mundo, la potencialización de la ternura humana, hasta la dimensión creadora de la divinidad.
Por eso, no comparto la costumbre de llamar títere a quien se deja manipular, es como si se comparara una función contestataria con un acto despreciable, y hasta tengo la impresión de que si pudieran los títeres mismos protestarían por esta falsa asociación. Pero, para eso estamos los titiriteros, sus amigos. Hoy que todo se vende, el títere, sépanlo bien, se mantiene insobornable. Porque el títere siempre espera decir o hacer lo mejor para regocijo y reflexión de quienes lo manejan. Aunque haya posiblemente titiriteros descuidados que crean monstruos y no muñecos o cosas animadas con ingenio y arte.
No es este el mejor momento para pensar en ellos, pero si todos los días lo hacemos llegaremos a las palabras exactas que merecen los creadores de estas animaciones. No me gusta el nombre animadores y rescato y defiendo el de titirero o titerista por la asociación con el teter o temblor que acompañando al acto creativo dice de la ternura con que los artistas de la humanización de las cosas del mundo se acercan a sus creaciones para hablar de los hombres a los hombres, desde la tímida dimensión de esta antigua novedad que tanto ennoblece nuestro ser.
Feliz día muñecos del recuerdo, objetos animados, partes parlantes de mi cuerpo mudo. Feliz día titiriteros del Perú y del Mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario